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Opinión

Diada versus silencio

Quinta Diada espectacular, algo menos concurrida y con menos esteladas en los balcones. Es normal que las convocatorias reiteradas denoten cansancio, aunque no decaigan el sentimiento popular ni su objetivo. El nacionalismo catalanista sigue en marcha. No es mayoritario en votos, aunque sí en escaños parlamentarios; buena razón, entre muchas otras, para reformar el sistema electoral. También la Constitución en lo que atañe al modelo de Estado, colapsado en parte por las extralimitaciones unilaterales de las autonomías y la total ineficiencia del Senado como cámara de las regiones. Multiplicado por todas ellas, el gasto público está llevando al país a niveles de deuda que, por sobrepasar la riqueza, no parece saldable. A pesar de ello, la mayor parte de las autonomías no están conformes con sus competencias y mucho menos con el sistema de financiación.

Es un bucle infernal que no despejan las tentativas recentralizadoras. El Gobierno en funciones se reserva el derecho a definir sus competencias y eludir las demás, disfunción que ya va para un año. Este arbitrismo llega a extremos críticos con el cese de toda negociación política sobre el problema catalán y su desviación al ámbito de los tribunales. El ministro García Margallo insiste en que es el problema más grave de cuantos siguen pendientes. Pero, al recordarlo, denuncia la pasividad del gobierno que tuvo cuatro años de mayoría absoluta y mantiene en funciones la misma actitud: quejas, amenazas y silencio, en lugar de ideas e iniciativas.

El secesionismo catalán siempre fue conflictivo en democracia. Explícita o tácticamente, ocupó la mochila de los representantes regionales en sus negociaciones con el Gobierno estatal. Tarradellas no era un españolista entusiasta, pero encontró su espacio de diálogo con "Madrid". Jordi Pujol, que no es hoy ejemplo de nada bueno, heredó sin embargo el lenguaje de su predecesor y puso sordina al separatismo siempre latente en su feudo. No quiso Mas, o no le dejaron, proseguir en el entendimiento. Y cayó. Caerán Puigdemont y cuantos le sucedan, pero no decaerá el problema mientras necesite minorías antisistema para gobernar. La parte de responsabilidad de "Madrid" no es menos grave si rehúye la negociación en sus muchas variantes y posibilidades. El verbo negociar parece excluido de la política, pero se impone intentarlo todo antes que asumir una dramática ruptura del Estado.

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