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Opinión

Sistema mutante

Civilizar el capitalismo" es el nuevo eslogan con el que el G20, la congregación de los países industrializados y emergentes, pretende animar a sus socios a buscar la manera de suavizar los efectos de una crisis que ellos mismos contribuyeron a agravar. Vistos desde afuera, los parteros del lema parecen a la vez problema y solución. Por ahora, lo único que consiguieron en la última cumbre es rebajar aquella ambiciosa "refundación del capitalismo" con la que algunos osados encararon los primeros síntomas de que el sistema estaba al borde la quiebra.

El capitalismo tiene una capacidad de adaptación al entorno que lo equipara con las más extremas formas de vida mutante. En eso consiste su mayor ventaja frente al socialismo, según constata Hans Magnus Enzensberger cuando expone su habilidad para "coexistir con un partido comunista unitario en China, con el fascismo italiano y con el nazismo en Alemania". Semejante condición permeable significa que si diecinueve países del mundo, más la Unión Europea, coinciden en la necesidad de introducir cambios, para aliviar a esa parte de la población depauperada en estos años y reactivar el crecimiento, basta con que se pongan de acuerdo en cómo hacerlo. Resultaría suficiente incluso con que dejaran de escuchar a los ideólogos de la estricta disciplina y aflojaran el dogal presupuestario que, de forma bien probada, lastra la economía.

Hace falta más que un lema para resolver la contradicción entre quienes están empeñados en mantener la contención y quienes sostienen que esa losa debería estar levantada hace mucho.

Mientras persiste la discrepancia, algunas fortunas privadas han sabido encontrar sus propias ventajas a un tiempo que para la mayoría sólo trae dificultades. Son una demostración fehaciente de que el peligro para el capitalismo no radica en los antisistema ni en los bárbaros que en cada cumbre económica intentan sobrepasar las barreras policiales. El enemigo está dentro, es voraz y de una ambición inagotable.

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