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Reflexión

La nueva vieja política

Quienes encarnan a la llamada nueva política no cejan de hablar del pasado. Y ello a pesar de que sus votantes procedan en gran mayoría de las nuevas generaciones, que en buena lógica debieran de estar situados en la vanguardia y proporcionarnos soluciones imaginativas a mil problemas. Resulta curioso este fenómeno: los que con tanto aparato verbal venían a cambiar las cosas son hoy los que más invocan el ayer, si bien en episodios determinados, omitiendo otros ominosos vinculados a sus ideas. No es sencillo saber hoy quién es más carca o retrógrado, si los partidarios del bipartidismo o aquellos que han llegado para acabar con él.

El imaginario de sus huestes da también alguna clave adicional sobre lo que hablo. Predominan en ellas rostros de personajes de hace medio siglo y lemas genuinamente vintage. También, las rancias obsesiones de siempre: la Iglesia, los toros o las banderas. Juventud viejuna en términos políticos, excepción notable a la inmadurez reinante entre tantos adultos adolescentes que ha generado nuestra sociedad o quizá consecuencia directa de ello.

Es una verdadera lástima que estas inquietudes emergentes no hayan podido salir de este bucle melancólico, proponiendo un moderno proyecto de nación, región o ciudad. En sentido positivo, de futuro. Sus programas, cuando no han sido cambiados para cada comicio, han sido externalizados a grupos de sabios de catálogo, perdiendo con ello la oportunidad de ofrecer aquello para lo que nacieron: aportar nuevas soluciones eficaces y sensatas. Donde gobiernan, se limitan a reabrir heridas cicatrizadas o a sugerir ocurrencias ruborizantes. Nada que ver con la frescura juvenil henchida de ilusionantes planes para solventar todos lo males, que tanto se ocuparon de pregonar en las plazas y platós de televisión.

Esta circunstancia no ha hecho sino reforzar el bipartidismo. El hastío provocado por estas formas ásperas y ancladas en el siglo pasado, así como aquellas otras estilo yenka y pendientes exclusivamente del postureo, han devuelto a las opciones tradicionales, sin buscarlo, su posición de renovado liderazgo, algo que nos sitúa por cierto entre las naciones más prósperas del planeta, donde se alternan desde siempre dos partidos principales, tan ricamente.

De ser convocados a unas terceras y malhadadas elecciones generales, se comprobará presumiblemente en las urnas que el tiempo de los experimentos ha tocado a su fin, y que volverán las aguas al cauce tradicional de las formaciones que cuentan con ideario y criterio, que deberán obtener el respaldo democrático con fundamento en su oferta de reformas serenas, posibles, que permitan mejorar, incorporando también a personas que hayan demostrado en su vida profesional o laboral que quieren hacer, no ser, como defendía en su día aquella ilustre líder europea.

Adiós por tanto a la nueva política, por carcamal y pesada, por inane y por presuntuosa. Por creerse que puede venir a comerse el mundo a golpe de cuatro eslóganes y cinco obviedades, vestidas de bandoleras o cinturas entalladas. Por no ocuparse del mañana, que es ya hoy, y desafiar nuestra paciencia con su insistencia en el retrovisor y la diletancia.

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