En uno de sus paseos habituales desde su residencia de Perojo, Carmelo Dávila ha recibido una desagradable sorpresa después de comprobar el estado del Pueblo Canario. No es abandono, pero resulta descorazonador el deterioro de un espacio cargado de historias y buenos recuerdos. La situación inquieta, a su juicio, y teme que la paciencia de la familia de Néstor llegue al límite, se moleste y lleve la obra a otra parte. Es su temor y lo traslada aquí.