Quiso el azar que coincidieran en un centro de Menores de Canarias. Eran unas chiquillajas, siete u ocho años, y allí vivieron lo bueno y lo malo de esos hogares. Cada una llegó con una mochila invisible pero pesada. En ella guardaron la desazón de la separación de sus padres que fue producto de una decisión judicial. Alguien debió pensar que allí estarían mejor que en sus destartaladas familias y acertó de plano. Allí crecieron y vieron entrar a unos y salir a otros y ellas, las dos, siempre juntas, siempre en la casa de acogidas. En ocho años de convivencia fueron cómplices y se ayudaron a vivir en un ambiente al que se fueron adaptando. A esos centros acuden alguna vez quienes se interesan por niños a los que conocen pero sin más objetivo que saber cómo están. Por ellas no se interesaba nadie. De pronto dos matrimonios vinculados al mundo de Menores se encariñaron con las pequeñas. Cuando las chiquillas mostraron interés por los estudios sus protectoras se preocuparon de dirigirles por la senda del saber. La preocupación de quienes las vigilaban era el paso de los años, es decir, que al cumplir cierta edad Menores retirara el manto protector y las devolviera a su familia, barbaridad administrativa que nadie ha comprendido jamás. Sus padres y hermanos eran unos desconocidos.

Pero hubo suerte. Con cerca de los 12 años los matrimonios decidieron mover ficha, enterarse de los trámites que les permitieran hacerse cargo de las dos niñas, ampararlas. Pero llegaron tarde. No eran idóneos, tenían más edad de la exigible para acogimiento o adopción. Pero cuando las buenas personas tienen entre sus prioridades arrimar el hombro no las detiene nadie. No hacen falta papeles. Y así fue. Desde aquel momento los estudios, el apoyo, el amor y fundamentalmente la comprensión han corrido por cuenta de esas personas con una generosidad de campeonato. Hoy con 19 años son parte de sus vidas. Uno de los varones protectores ha perdido la vista y una de esas mujeres hoy, niña entonces, le lee la prensa, lo mima, lo atiende y juntos "ven" él fútbol. Le cuenta los pormenores. Una historia como esta debía tener un final feliz y lo tiene. Una es psicóloga y la otra abogada; mantienen una cordial relación con sus padres biológicos y son felices.

Cada una vive su vida pero saben bien que su ancla, su puerto, su cobijo, está en los abrazos que les esperan en aquel salón. Ellos.