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Con otra cara

El último ladrido

Dice una amiga que esto es como Guerra Mundial Z porque están pasando cosas muy raras. No. No me refiero a las hordas de personas abducidas recorriendo las ciudades a la caza de pokémons ni a que alguien haya inventado la hamburguesa vegetariana, sino a la noticia recogida por varios medios esta semana de que la Fiscalía General de Medio Ambiente ha pedido a la policía municipal de Madrid que abra una investigación ante la proliferación de suicidios de perros.

Resulta que en los últimos meses la policía ha realizado varios atestados de posibles suicidios caninos en diferentes puntos de la capital. Al menos tres perros se tiraron por el balcón y otro metió la cabeza en una bolsa de comida y no la sacó hasta que se asfixió. La policía señala que no hay indicios de malos tratos a estos animales, que estaban bien cuidados y alimentados y que no parece que hayan sido asesinados por sus dueños por lo que, a falta de otra explicación, consideran que se han suicidado. Los expertos en conducta animal han salido de inmediato a la palestra diciendo que los perros no se pueden suicidar porque no tienen voluntad de morir ni conciencia de la muerte y que, o los tiró alguien por el balcón, o se tiraron solos por desesperación, estrés o ansiedad, posibilidad que ni siquiera existe, por muy harto que estuviera de su dueño, en el caso del perro que supuestamente se habría puesto una bolsa en la cabeza hasta asfixiarse.

Lo normal es que estemos ante casos como los del puente Overtoun en la localidad escocesa de Milton, llamado el Puente de los Perros Suicidas porque en los últimos 50 años se ha lanzado desde él un centenar de perros. Se ha investigado y se ha descubierto que, en la época en que comenzaron los suicidios de perros, había en la zona una invasión del visón americano, un animalillo que tiene unas glándulas que segregan una sustancia extremadamente olorosa que vuelve locos a los perros. Como el cauce bajo el puente era muy cerrado, se concentraba el olor que atraía a los pobres canes al abismo.

Lo cierto es que, al menos que sepamos, en Madrid no hay visones americanos así que la razón habrá que buscarla en los olores de la carnicería de abajo o, lo que es más probable, en perricidios disfrazados de suicidios orquestados por malignos dueños, lo que da para una novela de Eduardo Mendoza pero para poco más.

Es muy triste la muerte de estas cuatro mascotas pero, efectivamente, algo raro está pasando cuando, en lugar de empapelar a algún que otro dueño por matar a su perro o por tenerlo encerrado en una terraza hasta la desesperación, la Fiscalía de Medio Ambiente interviene y ordena la apertura de una investigación por semejante fenómeno.

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