Fue Pepe Alemán, maestro de periodistas, quien tomó prestada una frase de aquel otro que por entonces y por algunos era llamado "el maestro", Pepe Juan González Batista. La frase-epitafio acuñada, referida al Servicio Municipal de Aguas de Las Palmas de Gran Canaria era esta: "Lo que compraron a los ingleses lo vendieron a los franceses". Se refería, claro está, a la concesión rescatada por el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria a los ingleses de la empresa Water and Power encargada del suministro del agua potable a la ciudad. Y se refería, todavía está más claro, a la venta al poderoso empresario francés Bouygues, que es como de forma inicial se planteó la operación de privatización de Emalsa.

Con el comienzo de la democracia el agua se constituye en el mayor problema de la municipalidad capitalina porque era mala, cara y escasa. Ello aupaba al servicio público a unas dificultades económicas y de gestión que superaban el nivel razonable de lo soportable por un Ayuntamiento del rango de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Dicho de otra manera y refiriéndonos a las desaladoras, no estaban las cuentas de los municipios de entonces para explotar fábricas de agua.

El inolvidable alcalde Juan Rodríguez Doreste me confió un día que sabía cómo estaba el municipio cuando alcanzó en 1983 la mayoría absoluta y entonando una frase napoleónica dijo que creía poder con todo. Con todo menos con el problema del agua que conocía desde cerca por no haber acertado en un primer intento por enderezarlo, cuando su singladura anterior como primer teniente de alcalde. Para eso, me dijo que se encomendaba a los compañeros políticos socialistas que gobernaban en Madrid y aquí a la Virgen del Pino.

Don Juan decía con frecuencia y desde el primer día: "Le he puesto una vela a la Virgen del Pino que arderá mientras aguantemos". Me nombró concejal delegado y el primer día de mandato me acerqué a la sede de Emalsa en la calle Alfonso XII. Allí estaba en cónclave el sanedrín del agua de Las Palmas de Gran Canaria. Había más gente, pero estaban Juan Betancor, Pepe Jiménez, Luis Verge, Juan Almeida y Augusto Menvielle, todos ingenieros muy competentes relacionados con el gran problema. Estaban cerrando un documento por cierto desaparecido que se titulaba La UVI del agua y que cifraba como la acción principal para resolver el problema de la escasez de agua el transporte del agua en barco desde Madeira. La razón: la tecnología en desaladoras, argumentaba el sanedrín, estaba en un trance incierto a expensas de inminentes cambios tecnológicos: no era el momento. Yo discrepé.

Fui a ver al alcalde y le dije: "Tire la vela, don Juan". Habría ardido un solo día. Pero él me contestó: "Me dejo la piel para conseguir la tercera desaladora que necesitamos". Nos ayudó el concejal José Carlos Mauricio que socarronamente dijo en un plenario del Consistorio: "Pues nada, ante esa genial idea cuando no tengamos agua nos vamos a la punta del muelle grande a esperar al barco".

Entonces, en 1983 el Gobierno de Canarias tenía como consejero de Industria y Agua a una buena persona y buen consejero: Nicolás Álvarez. Era de Tenerife y no sé a cuento de qué, no quería las desaladoras. Yo no era más que un concejal delegado del alcalde, pero era su alter ego en este asunto. En cierta ocasión me hicieron una encerrona y me enseñaron sus planes, no era simple oposición u obstaculización, tenían su estrategia. Que claramente no compartíamos. Con el dinero que era preciso invertir en desaladoras, se comprarían fincas de plátanos y con la partida económica de la subvención del Ministerio de Industria se pagaría el agua que estaba entonces destinada al riego de esas fincas de plataneras.

Don Juan Rodríguez había arrancado al canario subsecretario de Industria del gobierno central, Luis Carlos Croissier, una partida para financiar el fuel de las potabilizadoras deslocalizada de las subvenciones que recibía el sector de la hulla de Asturias. Le arrancó ese compromiso en el Hotel Santa Catalina. Croissier le dijo que no le podía negar nada después de las penas y penurias que había pasado el alcalde con la guerra del agua.

Y es que al inicio de la legislatura el Barrio de Tres Palmas se había convertido en objetor de pago, por ser el agua suministrada mala, cara y decían que mal facturada. El impago se entendió como una epidemia y la mitad de la ciudad no pagaba el agua. Se les cortó el suministro y se produjeron algunos conflictos en los barrios más afectados que eran Tres Palmas, San Cristóbal y Cruz de Piedra. De cada barrio que se declaraba objetor asomaba un líder vecinal. A todos ellos los lideraba Andrés Alvarado, concejal de la Corporación y noble contrincante, que debatiendo sobre el elevado consumo de su comunidad llegó a decir: "Si el consumo que facturan es real mi comunidad es la verde Irlanda".

La batalla de las desaladoras sucedía a la guerra del agua. El Ministerio de Obras Públicas sacó el concurso para adjudicar la planta tras la victoria del Alcalde en su aspiración por disponer de una nueva desaladora. Se llegó al trámite para su adjudicación. El Ayuntamiento quería el sistema de compresión de vapor , el sistema israelí, que nos llevaba a producir energía y agua al alimón con Unelco pero esta empresa apostó por la ósmosis inversa para desvincularse de Emalsa. Paradójicamente el Ministerio de Industria apoya la solución de Emalsa y el Ministerio de Obras Públicas la solución de Unelco. Prosperó la tesis de Unelco según el ministro de entonces, Saenz de Cosculluela, porque convenía apostar por ese sector de la industria en España.

Por entonces el secretario don Juan Rodriguez Drincourt montó el expediente para pasar de la gestión del agua por un servicio municipal con cierta autonomía a la gestión de la empresa municipal bajo la razón social de una sociedad anónima. Se llamaría Alpasa, SA , Aguas de Las Palmas SA. El nombre no llegó a operar al descubrirse que ya existía en el Registro. Bueno, le llamaremos Emalsa. Y estará presidida por el alcalde.

Fui dos años, los primeros dos años en la vida de Emalsa, su vicepresidente y consejero delegado. Dejé de serlo cuando al arrancar el verano, acabó la legislatura de 1983-87. Ya en agosto de ese mismo verano me ofrecían formar parte del ala técnica de un grupo que aspiraba de la forma más legítima a comprar esa empresa. Me alejé de Emalsa para siempre.

En 1992 el alcalde Mayoral está listo para la venta y en el Gobierno Civil dos consejeros del presidente Saavedra le dijeron al concejal Rafael Molina y al alcalde Emilio Mayoral que el gobierno de Saavedra lo consideraba una mala idea. Pero antes habían sucedido cosas nunca contadas.

El origen de todo el proceso fue una reunión propiciada por paladines liberales, entre otros el ya mentado Pepe Juan González Batista, liberal convencido y visionario de la idea de la privatización de algunos servicios públicos, en lo alto del Hotel Don Juan a la que no asiste el maestro, ni el presidente de Unelco. Asisten Francisco Rubio, del Cabildo, Francisco Acosta por Unelco y Augusto Menvielle por Emalsa.

El proceso se precipita cuando viajan a la sede de Bouygues José Carlos Mauricio en representación de todos los grupos representados en el Consistorio, Rafael González Bravo de Laguna, Antonio Castellano y su segundo de entonces en Unelco, Francisco Acosta. Ninguno del trámite iniciático. Se alojan en el Hotel Le Colbert cerca de Versalles y de la sede del imperio Bouygues. Y se vieron con el gran patrón de la empresa francesa.

A la vuelta les esperan en el aeropuerto de Madrid Emilio Mayoral y el alcalde José Vicente León así como un gerente francés que luego lo sería de Emalsa y se trasladan al hotel Barajas. Son siete y preside José Vicente León. De este dato deducimos que León era el alcalde y que aún no había sido producida la moción de censura que desplazó a León en beneficio de Mayoral.

Este es el prefacio. Otros deben escribir la novela de Emalsa.