"Verdes plataneras dominan el feraz campo / y en la ciudad / las negras torres de la Iglesia / guardan con lealtad / su belleza indestructible de antaño."

Aprisa van las máquinas de plástico, por la carretera de circunvalación de Arucas, en busca de destinos que nunca completarán. Pierden en su veloz empeño el contacto con el alma de la ciudad, añorada. Lejos del bullicio, queda la calle Real (hoy de León y Castillo), por donde antaño los coches seguían su largo y lento camino a Firgas y Valleseco. Casas ancestrales, con balcones forjados en hierro -que no tienen que envidiar a muchas casas de Vegueta, algunas ya adulteradas en su locura de alcanzar mayores alturas- admiran al viajero. La Iglesia de San Juan es la gran referencia urbanística, con sus torres y sus augustos muros neogóticos que transforman en metafórico blanco inmaculado, lo que es piedra negra, nacida de las entrañas de Arucas. La fe y el hombre hacen milagros. El milagro de la torturada escultura de su Cristo yacente, obra del artista aruquense Manuel Ramos, los cuadros del pintor canario Cristóbal Hernández de Quintana. El milagro de su construcción, por el arquitecto catalán Manuel Vega, bajo el patrocinio principal del ilustre Francisco Gourié, hijo de Alfonso Gourié Álvarez, bajo cuya iniciativa se hizo la fábrica de azúcar y ron de San Pedro (Atehucas), trayendo la maquinaria de Glasgow, ciudad industrial donde también se construyeron los vapores León y Castillo y Viera y Clavijo, para la Cía Vapores Interinsulares Canarios, bajo los auspicios de Lorenzo Curbelo Espino, hermano del prohombre Miguel Curbelo. La fábrica de San Pedro la heredaron los dos hijos de Alfonso: Francisco y Rosario Gourié Marrero, y posteriormente intervino en ella Ramón Madan Uriondo, esposo de la primera marquesa de Arucas, Rosario González, hija de otro gran hombre de Arucas, Bruno González Castellano, quien en la Desamortización de 1855 compró fincas de la data de la Virgen que dio nombre al Barranco, que se hunde desde Valleseco a San Andrés, en la costa Lairaga. Bruno las traspasó luego a la Heredad de Aguas de Arucas y Firgas, que luce impresionante edificio y cúpula, desde 1912, frente al Parque, cuyas tierras también donó Francisco Gourié. La Heredad no ha sido, verdaderamente, ni justa, ni generosa en su denominación, que habría de ser Heredad de Arucas, Firgas y Valleseco, este último municipio-madre donde se alumbran las aguas, que riegan los fértiles campos de Arucas (guardo para otro momento un artículo: "El dominio de Aruquenses, en las tierras del Barranco de la Virgen de Valleseco"). También desbarra la historia, al hablar del pleito de Tenoya y Teror, en las aguas que venían desde Madredelagua (Valleseco).

Volviendo al Parque he de decir que es uno de las mas bellos de Gran Canaria. Dragos, con tantos brazos como los de los dioses hindús, acacias, magnolios, rosas, strelitzias, cortaderias, todo en el silencio de una tarde veraniega, frente a la histórica cantonera y la estatua de Juan B. La Salle y las bellas casas de la calle Gourié, que no desentonan con las arboles y las flores. D. Francisco fue un prócer insular, por citar sus intervenciones, recuerdo la City and Water y Power (abastecimiento de Las Palmas), la Sociedad Fomento Gran Canaria y la Asociación Provincial de Gremios de Las Palmas.

El Parque es lugar para soñar y recordar. Allí me reencontré,con el poeta Domingo Rivero, con su magnífica oda "Yo, a mi cuerpo". ¿Por qué no te he de amar, cuerpo en que vivo? / ¿Por qué, con humildad, no he de quererte, / si en ti fui niño y joven y en ti / arribo viejo, a las tristes playas de la muerte?" Salgo, ya anochecido, del Parque, por la Plaza de la Constitución, frente al Ayuntamiento y, en el Viejo Mercado, observo el ruinoso estado del bar La Embrujada, que fue grato lugar de acogida y descanso de mi padre y mío en nuestro andar a Valleseco.

Recuerdos, muchos recuerdos, de mi juventud ya marchita. Cuando fui el primer presidente de la Federación Canaria de Balonmano, tuve la suerte de contar, entre los primeros equipos, con el de La Salle de Arucas, que dirigía Giraldez, formador de dos grandes jugadores: los hermanos Medina. Tampoco puedo olvidar al gran Tonono, al que conocí, noble y modesto, como corresponde al gran personaje que fue y es.

En los días que dediqué a recorrer Arucas, llegué mucho mas tarde, a mis obligaciones en Las Palmas. No me importó.

¡Valía la pena?¡