Los pobres y los colectivos que se encuentran en riesgo de pobreza y exclusión suman casi la mitad de los ciudadanos que viven en estas bienaventuradas ínsulas. La desigualdad de rentas ha crecido en la última década: los ricos son más ricos, la clase media ha sido diezmada -salvo aquella de naturaleza funcionarial- y aun los que tienen un trabajo lo pasan muy mal para llegar a fin de mes. Para apreciar que la sociedad canaria es, básicamente, una sociedad pobre y empobrecida basta con consultar los datos de la Seguridad Social y constatar que son poco más de 6.000 isleños los que ganan más de 60.000 euros mensuales, repartidos casi simétricamente entre las dos provincias. Cuando uno se desplaza por ciertas tiendas, restaurantes, hoteles y establecimientos comerciales siempre se encuentran los mismos. Los mismos rostros encendidos sobre las mismas delicadezas. Se conocen y reconocen, se saludan y se escudriñan, comparten a veces apellidos kilométricos y en otras ocasiones colegios profesionales, inversiones, amantes o abogados. Es increíble -y algo asqueroso- lo chiquitito que es esto económica y moralmente. Tan diminuto y pugnaz como un satisfecho grano de pus.

Insistir por enésima vez en que el modelo no funciona, en que las instituciones no son capaces de metabolizar esta incómoda realidad y en que las élites políticas y empresariales parecen dispuestas a suicidar al país se me antoja muy cansado. Por otra parte a nadie le molesta asumir esta diagnóstico, cada vez más obvio y lacerante. Es como definirse católico por parte de las élites políticas y sociales antes mencionadas: se definen como católicos porque, total, no cuesta nada, lubrica algunas conciencias y se evitan estridencias de las que el mismo pueblo llano -aficionado hasta el delirio a oscuros cristos y a vírgenes policromadas- le desagradan y rechaza. Gracias a la creación de una amplia administración en el ámbito regional e insular, al crecimiento brutal de la construcción y el turismo durante más de una década, al maná financiero procedente de la Unión Europea y a un conjunto de excepciones y regalías fiscales Canarias pareció abandonar el subdesarrollo y en buena parte lo hizo en los últimos 20 años. Pero se tomaron como estructurales situaciones y decisiones coyunturales: desapareció el paraguas europeo, se agotó la renta de situación, el turismo demostró sus límites de crecimiento y productividad, se hundieron la construcción y el negocio inmobiliario. Llevamos casi diez años con los ojos apretados, como niños pequeños, creyendo que si los cerramos con fuerza no seguirá ocurriendo esta catástrofe cotidiana a nuestro alrededor. La miseria agobiadamente enmascarada. Los pibes sin trabajo y sin formación como zombis en las plazas y esquinas de los barrios. Los miles de cincuentones que jamás volverán a trabajar. Y los ricos, claros. Esos pocos miles podridos en pasta. No representan un comienzo ni lo harán nunca. No son un proyecto, sino un producto. Generalmente de pésima calidad.