Eso digo yo. Cuando de niños teníamos los huesos del cráneo tan blandos como una especie de chicle Bazooka, y a medida que íbamos creciendo nos iban diciendo y exigiendo cómo debíamos hablar, comportarnos, cómo teníamos que calzarnos, vestirnos, peinarnos, cómo debíamos comer, saber lo que era malo, lo que era bueno, sin permitir que lo descubriésemos por nosotros mismos, nos elegían el colegio al que debíamos ir y los amigos con quienes debíamos salir, nos exigían esta o aquella religión sin preguntar nuestro parecer o creencia, etcétera, hasta llegar a la edad en que teníamos que defendernos por nosotros mismos, porque "se suponía" que ya los huesos de la mollera o sesera estaban lo suficientemente fuertes, pues resultó que al final de todas aquellas enseñanzas y adiestramientos terminamos todos siendo una persona con tantas capas de opiniones, de instrucciones, de influencias sobre nosotros, que han hecho que no sepamos realmente quiénes somos, y es entonces cuando al enfrentarnos al mundo cruel aparecieron los complejos, las timideces, la vergüenza y no sé cuántas cosas negativas más, que deseábamos ardientemente desterrarlas y convertirnos en un solo día en un hombre o una mujer para defendernos por fin de tanto ataque que nos llegaba de norte a sur y de este a oeste y sin poder entenderlo, por mucho que nos esforzáramos en ello.

Y creo que esa sensación la conocemos todos intentando, aún hoy, soltar esos lastres que nos atan a un ADN que posiblemente no queremos y del que nos percatamos casi a disgusto, porque en realidad no nos sentimos auténticos. Así es que dado todo ese proceso que nos cae encima desde que nacemos, yo me pregunto realmente quiénes somos cada uno de nosotros o qué habríamos sido cada uno de nosotros si no hubiésemos pasado por esta larga como impuesta experiencia.

Y librar al ser humano de esta cadena considero que es imposible y que así seguiremos por los siglos de los siglos, porque la realidad, la auténtica realidad, es que todos somos lo mismo y seguiremos siendo lo mismo.

Pero, ¿qué somos? Ah, por ahora terrí-colas en serie que funcionamos bajo la ilusión de creernos distintos, y sin darnos cuenta de que todos caminamos en la misma dirección: un aprendizaje duro desde que nacemos, para acabar hechos cenizas y sin saber verdaderamente quiénes fuimos.

Ay, Señor, qué pena, penita, pena?

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