En los tiempos que tocan la mejor medalla que se puede poner un rector que se va es que su universidad no haya sido pasto de la crisis económica, devorada y aniquilada por una política que lleva en la solapa la cruz Wert. Este ministro de Educación resolvió su futuro sentimental con su secretaria de Estado, y ambos obtuvieron en compensación por el destrozo causado un nidito de amor en París, al que se le asimiló parné sobrado para vivir igual que diplomáticos plenipotenciarios. De la experiencia de José Regidor al frente de la ULPGC a la vida cortesana del hacedor de la Lomce hay todo un abismo: el rector ha sudado la camisa para contener el presupuesto, hacer frente a la reducción de becas universitarias, a la contracción de la investigación y al sostén de una plantilla afectada por la sostenibilidad, mientras el causante del estropicio pasea con medias de seda por Versalles como si la grieta no fuese con él. A los obstáculos hay que añadir uno de la tierra, que es la falta de objetividad del Gobierno regional a la hora de repartir el presupuesto entre las dos universidades. Regidor abandona el cargo sin lograr convencer a CC (y al PSOE) de que su universidad necesita una mayor asignación, una inyección que no es, precisamente, para hacer frente a una abultada plantilla de personal. Ante tantos y tantos obstáculos, claro que es un mérito que la contabilidad no entre en quiebra o que las nóminas lleguen a tiempo. Y ni que decir tiene que los tan traídos y llevados ranking, tan al uso en la mercadotecnia académica, resultan idóneos para saber cuáles son las universidades pobres y cuáles las ricas, pues la financiación determina a las claras los resultados. En España, quizás por primera vez en democracia, muchos alumnos han tenido que tirar la toalla y dejar la Universidad por no poder pagar las matrículas, acuciados por la ley seca de Wert. Regidor se retira de la primera línea con una llamada a cambiar el modelo canario: más conocimiento en la agenda canaria y menos carreteras.
