El adjetivo antes del sustantivo, no después, enfatiza la calidad de José Regidor por encima de la denomina-ción del cargo. En la apertura del curso 2016/17 de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria ha pronunciado su úl-timo discurso oficial el extraordinario líder académico de los últimos dos mandatos. Crítico y humano, reivindicativo y so- lidario, ese discurso describe impecablemente los afanes de su gestión y resume los principios inspiradores de sus exigencias. Más allá de enumerar logros y frustraciones, ha ilustrado un pensamiento del hecho universitario en el siglo XXI y vaciado los hechos en el crisol de las ideas. En pocas palabras, una lección en el más noble sentido.
En su relato acendrado y realista, José Regidor nos ha hecho sentir la joven Universidad de Las Palmas -que llegó con él a su primer cuarto de siglo- como organismo vivo, ambicioso, lleno de energía en la responsabilidad de abrir futuro a la sociedad de la que nació y a despecho de los errores políticos, las dejaciones y restricciones que ralentizan su desarrollo. La lucha del rector ha respondido leal y tesoneramente a las premisas de un proyecto que debe alcanzar sus más altas cotas en íntima compenetración con el sentir ciudadano. Así lo entendieron sus antecesores Francisco Rubio y Manuel Lobo, y en esa inteligencia institucional habrán de moverse quienes le sucedan.
Él ha cumplido con creces. La penetración social de los ideales universitarios reflejó una gran dinámica generadora de iniciativas y acuerdos de cooperación. Se han multiplicado las relaciones e intercambios internacionales. Los espacios académicos están abiertos a todas las expresiones, espontáneas o doctas, del imaginario colectivo, desde una concepción plural de la Cultura. Su competente equipo de gobierno realizó hasta el límite de lo posible las directrices rectorales, troqueladas en el diálogo y la confrontación de ideas. El cuerpo docente ganó prestigio y el alumnado recibió, si no la atención deseada, toda la viable en un escenario de escasez presupuestaria, incomprensiones y desigualdades que nunca empañaron la ilusión.
Un gran rector. Y una persona afable, acogedora y dialogante, magnífica sin pomposa "magnificencia", que recupera la vida privada con incontables amigos nuevos.