La Restauración monárquica de 1874 arrancó con el pronunciamiento militar de Sagunto por el general Martínez Campos. En 1870, Isabel II había abdicado, desde su exilio parisino, en su hijo Alfonso XII, y tres años más tarde nombró como jefe del partido Alfonsino a Antonio Cánovas del Castillo. Con estos acontecimientos se daba fin a la Revolución del 68, llamada La Gloriosa, que había supuesto las conquistas democráticas arrebatando a la clase caciquil las cadenas opresoras, y la libertad en su máxima expresión volvió a ser patrimonio del pueblo español. La Restauración, para nuestro don Benito, en los Episodios Nacionales, supuso "la aparición de los tiempos bobos, años y lustros de atonía, de lenta parálisis que llevarán a la consunción y a la muerte. Los políticos se constituirán en casta -sigue diciendo-. No harán nada fecundo; no crearán una Nación; no remediarán la esterilidad de las estepas castellanas y extremeñas; no suavizarán el malestar de las clases proletarias. Y por último, hijo mío, verás, si vives, que acabarán por poner la enseñanza, la riqueza, el poder civil y hasta la independencia nacional, en manos de los que llamáis vuestra Santa Madre Iglesia".

Los tiempos bobos modernos surgen de nuevo con la superación del bipartidismo. Contamos en la actualidad con esta nación española que es una mala caricatura de sí misma. No hay país, al menos de la UE a la que pertenece, en que se den tantos casos de corrupción de sus políticos, que tan mal repartida esté la riqueza que genera, y que no llegue a todos por igual la Justicia. Que a pesar de llevar casi un año de Gobierno en funciones, al decir de los entendidos en Economía, el país sigue creciendo. Qué curioso, la atípica situación tiene su aquel de beneficio. La nación sigue su camino sin gobierno, sin embargo, De Guindos, por lo de que ya estamos en campaña, se dedica a lo suyo: a meternos miedo, afirmando que hay ya indicios de desaceleración económica, metiendo presión al PSOE para que haga posible la investidura de Rajoy. Pero aquéllos están en las Antípodas: quieren echarlo a él de la política por considerarlo el máximo responsable de la corrupción que sobrenada en su partido. Pero Rajoy dice que el PP siempre se sobrepone a las dificultades, ¿las de la financiación irregular, y todo el entramado corrupto que él ha amparado, no dejando tirado a nadie de los suyos, si los cogen (Trillo, Wert, Mato, Barberá, Soria), y lo de que sea el primer partido político que está imputado por la Justicia?

La ejecutiva federal y Pedro Sánchez están a piñón en el no a Rajoy. No así el resto de la vieja guardia y los barones. Fernández Vara, cual si fuera de otro partido, se queja de que "si alguien abre la boca (en público), lo corren a gorrazos"; el maño Lambán, que un gobierno del PSOE con Podemos es el "abrazo del oso", y Rodríguez Ibarra, que si su partido se coaliga con Podemos, pide la baja del PSOE. A ninguno parece preocuparle la triste imagen que está dando al mundo su país. Así son los tiempos bobos modernos.

La indolencia y la comodidad triunfan siempre en los españoles. Son conscientes de que las cosas van mal con los políticos que rigen sus destinos, pero se dicen: "Total, todos son iguales". No, se equivocan. La clave está en el nivel de exigencia por nuestra parte. Estos políticos saben que si meten la pata, o la mano, no se lo tendrán en cuenta. Es lo que sucede con el PP. Rajoy está seguro que le perdonan que sea el máximo responsable de un partido imputado por corrupción, y el ejemplo lo tenemos en la comunidad valenciana: todos investigados por la Justicia, y en la última cita a las urnas revalidaron sus mejores resultados. La razón está en que tan grande es la charca cenagosa -vergüenza de país- que aquel irrespirable olor primigenio atrofió las pituitarias, se acostumbraron al mal olor, y ya a la gente no le molesta, por lo que acaba aceptando la vesania infame como algo normal.

Y aquí, en Canarias (va en el ADN de la derecha), los sacrificios en forma de recortes los dirigen siempre a los sectores más vulnerables y necesitados de la población. Esto es también, amigos míos, los tiempos bobos.