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Barones, no vale que no a todo

La confirmación de que Sánchez va a intentar formar gobierno puede ser eso, una confirmación, pero también una estrategia para forzar a sus barones críticos, o sea, casi todos, a decir públicamente y al alimón que quieren que se abstenga para dejar gobernar a Rajoy. Lo digo porque las posibilidades de sumar los escaños suficientes para ser alternativa son tan remotas, que no cabe pensar que Sánchez quiera intentarlo salvo para tocarles las narices a quienes llevan semanas tocándoselas a él. Moviéndole el sillón, vamos. El secretario general del PSOE ha prometido no cruzar ninguna de las líneas rojas que el comité federal le pintó en el suelo para no dejarle mover ni los brazos; sobremanera, la que desde diciembre del año pasado le prohíbe taxativamente llegar a acuerdos con los independentistas catalanes. Y si Sánchez respeta eso, sólo le queda la opción del tripartito con Iglesias y Rivera, líderes que como todo el mundo sabe -los barones también- se soportan menos que el propio líder socialista y el rozagante Rajoy. En contra de Sánchez -desde el punto de vista de los barones- juega que es bien conocida, y temida, su ambición de presidir el Gobierno; pero el líder del PSOE bien puede poner a sus críticos en la tesitura de pedirle la abstención, a lo que él fácilmente puede agregar: vale, de acuerdo, pero antes le preguntamos a la militancia. El anuncio, además, coincide con la segunda gran crisis interna del año en Podemos, donde, no por casualidad, Iglesias y Errejón vuelven a zurrarse a cuenta de cómo y qué hacer con el PSOE, ese partido que deben laminar para ocupar su espacio electoral, pero al que sin embargo igual es necesario arrimarse para tocar poder ya, que lo mismo no hay otra oportunidad. Como ya ocurrió antes del verano, el socialista intenta aprovechar esas divergencias para devolver los golpes e improperios recibidos de los politólogos: quizá piensa que un Podemos débil será un interlocutor más manejable. Pero así y todo la aritmética no da, que diría Rajoy, y necesita el concurso de otras fuerzas: bien los soberanistas, que le animan y le animan, bien Ciudadanos, que dice, como Susana Díaz, que con 85 diputados no se va a ninguna parte. Resultado: Sánchez retoma sus contactos la semana que viene con Iglesias y Rivera, pero el segundo pasa y el primero le exige trato de igual a igual. Con los independentistas no puede. ¿Qué queda? Esperar a los porcentajes de las vascas y gallegas de este domingo. Serán malos. ¿Qué más? El comité federal, seis días después. Será la guerra. Vale, pero ¿cuántos se atreverán a retratarse? Porque sigue habiendo (sólo) dos alternativas: o abstención o que le dejen intentarlo borrando alguna línea roja. Y no vale decir que no a las dos opciones, como hasta ahora.

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