La denuncia contra el vicepresidente segundo y consejero de Medio Ambiente del Cabildo de Gran Canaria, Juan Manuel Brito, ha terminado como era previsible que acabara, es decir, archivándose. Juan Manuel Brito ni siquiera llegó a ser imputado o investigado: la autoridad judicial consideró -aunque llegar a esta conclusión le llevó casi año y medio- que no existían pruebas, ni siquiera indicios, para sustentar la denuncia. Todo se redujo al afán vengativo de una expareja que ha intentado durante una década amargarle la vida al consejero de Podemos, pero la dirección del partido, encabezada por Meri Pita, aprovechó la denuncia para embestir contra Brito, sembrar dudas miserables y suspenderlo cautelarmente de militancia. El comportamiento de Pita y sus adláteres ha sido bastante vomitivo, porque su empeño no consistía en velar por la deontología de los cargos públicos, sino en controlar y arrinconar a Brito y a sus compañeros en el Cabildo Insular para neutralizar sus críticas y retrasar todo lo posible un enfrentamiento político interno.

Meri Pita es una elección directa y explícita del Timonel de la Dulce Sonrisa, Pablo Iglesias, cuyos criterios de selección para el personal político dirigente siempre ha sido los mismos: personalidades fuertes, procedentes del activismo social o el sindicalismo local, y que pudieran aportar algunas decenas o centenares de militantes con una cultura de organización política más o menos definida. La señora Pita, efectivamente, aportaba esas valiosas credenciales, pero era absolutamente ajena al movimiento, las claves, las aspiraciones, las ocurrencias y apetencias de los círculos podemistas. Doña Meri gobierna el partido (o más exactamente: su nomenclatura) con mano de hierro, como en su día manejó su pequeño sindicato, sin mayores miramientos hacia unos círculos languidecientes que considera el sarampión que debió pasar Podemos para llegar a la edad adulta. Pero, simultáneamente, le gusta presentarse como la guardiana de la radicalidad podemista, y han sido sus más próximos los que han tildado chistosamente a Brito de "caballo de Troya socialdemócrata", como si el programa de Podemos para Canarias no fuera un vademécum propio de la socialdemocracia de los años setenta aderezado con salsa ecológica y con un punto de canarismo sentimental. Es una disputa personal y fraccional: ni Meri Pita es una pablista fervorosa -¿quién no es pablista en Podemos?- ni Brito y sus compañeros son belicosos errejonistas -¿y qué es el errejonismo?-. Podemos ni es un movimiento social de empoderamiento democratizante ni es un partido capaz de diferenciarse organizativa y culturalmente del resto. Porque, en efecto, suspender de militancia a Brito aprovechando una denuncia judicial supuso una bajeza, pero no hay que confundirla con la crítica argumentada a que el consejero de Medio Ambiente encuentre que su esposa, Noemí Parra, es la persona más y mejor cualificada a nivel planetario para desempeñar la Dirección General de Igualdad en el Cabildo. En su momento Brito argumentó que este cargo dependía de otra consejería, y es cierto, pero es otra consejería que gestiona Podemos. Cuando en la justificación del nombramiento los britistas explicaron que Parra disponía de inmejorables credenciales sociopolíticas para llevar la Dirección General ya quedó todo dicho. ¿Imaginan la reacción si el PP arguyera un nombramiento similar con el expediente de que el beneficiario fuera un ejemplar liberal conservador de toda la vida?