El 14 de septiembre de este año se cumplió un siglo del fallecimiento de José Echegaray Eizaguirre. Llegaba a la edad de ochenta y tres años cuando, en las últimas semanas de 1916, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica que padecía se complicó con una neumonía gripal que le causó la muerte. La prensa, por su personalidad polifacética, publicó incontables testimonios de homenaje y duelo. También Galdós dirigió a la familia un telegrama de pésame. "Con dolor vivísimo me asocio al duelo nacional por el fallecimiento del genial dramaturgo, insigne polígrafo y amigo entrañable José Echegaray, B. Pérez Galdós". Destacó también el artículo firmado por Jacinto Benavente expresando que "Don José Echegaray, cerebro portentoso, ha llenado con su nombre y con sus obras medio siglo de nuestro teatro; ha hecho pensar y sentir a multitudes compuestas de cerebros y corazones muy distintos".

En este aniversario de José Echegaray se ha echado en falta el debido recuerdo a su relevante figura como autor de teatro y como científico. Se le ha colocado en la ultratumba más recóndita de nuestro panteón literario. Fue el número 1 de su promoción en 1853 en la Escuela Superior de Caminos, Canales y Puertos. Más tarde impulsó la creación del Banco de España siendo ministro de Fomento y de Hacienda. En 1880 firmó con Nicolás Salmerón y Benito Pérez Galdós el manifiesto de constitución del Partido Republicano Progresista consumando su regreso a la política. Perteneció a la Real Academia Española, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y, además, fue presidente del Ateneo, catedrático de Física Matemática, diputado, senador vitalicio, Caballero de la Orden del Toisón de Oro y masón ilustre. Echegaray fue el primer español que recibió un Premio Nobel, el de Literatura en 1904, compartido con el poeta Frédéric Mistral, que ocasionó la protesta de un grupo de jóvenes escritores adeptos a Galdós, entre los que se encontraban Azorín, Unamuno, Baroja, Rubén Darío, los hermanos Machado y Valle-Inclán. No obstante, el 19 de marzo de 1905, Galdós pronunció un discurso en el Ateneo homenajeando a José Echegaray.

Los dramas neorrománticos de Echegaray, centrados en las pasiones humanas y no en los temas de leyenda, disfrutaron de gran éxito. Utilizaba un lenguaje efectista e hiperbólico que hoy resulta un estilo ridículo y, en las obras en verso, empleó técnicas líricas muy afectadas. No obstante, su lirismo arrebatado, declamatorio, era adecuado al gusto de la época. En Echegaray no debemos buscar la verosimilitud psicológica ya que todo el realismo y moderación de la época anterior se rompe para volver al más desaforado romanticismo. Echegaray ha representado en dramaturgia la pasión, la exaltación, el arrebato y la agresividad. Su teatro ha sido un grito pasional y una sacudida violenta, según Azorín. La mayoría de sus textos, considerados como melodramáticos, los escribió pensando en los actores que lo protagonizarían, tales como Antonio Vico, Rafael Calvo o María Guerrero. Escribió más de sesenta obras destacando O locura o santidad, El gran galeoto y Mariana. Y en sus Recuerdos, publicados en 1917, Echegaray declaró que su gran amor intelectual fueron las Matemáticas y "si no tuviera que ganar el pan de cada día con el trabajo diario literario, hubiera marchado a una casa de campo para dedicarme exclusivamente al cultivo de las Ciencias Matemáticas".

El periodo de 1870 a 1898 fue una época de afanes idealistas, de utopías románticas, de apasionadas luchas por las libertades, individual y públicas, y de colisiones entre la ciencia y la fe. En Echegaray la contraposición entre el matemático y el poeta era puramente externa porque, en el lugar más recóndito como escritor, almacenaba su realidad de apóstol de la clara verdad. Como científico luchó contra el error pero, en su obra literaria, caminó siempre acompañado de una pasión espuria e impune, que procuró avivar cuando cotejó que su acento dramático arrebataba. En abril de 1932 escribió Mariano de Cavia en El Centenario de Echegaray, que este escritor y científico desarrollaba la tesis de sus dramas con la rigidez abstracta del matemático, con la misma fría exactitud calculadora de una demostración algebraica, no resultando unos personajes con su vida y sus problemas, sino como expresiones que se multiplican para obtener un producto. No obstante al teatro asistía su entusiasta público que le aplaudía en aquellos tiempos, "el de los años bobos" que dijo Galdós, porque no sabía tomar el pulso al problema del teatro de aquella época indiferente a la penuria de nuestra escena. Y, a pesar del importante éxito que obtuvo, el teatro echegariano no ha triunfado porque, a pesar de tener potencia dramática, lo falso de los caracteres, lo inverosímil de las situaciones y el desenfrenado efectismo del estilo casi justifica, en palabras de Ángel Ganivet, el calificativo de "estupendos mamarrachos" a sus obras.

El post romanticismo escénico de los años posteriores del XIX -el romanticismo acaba en 1870 con la muerte de Gustavo Adolfo Bécquer- tiene como puntos equidistantes a Galdós y Echegaray. Señalemos, como antítesis, que el teatro emocional de Echegaray, con sus aires de tragedia antigua, nos dicen muy poco, mientras que el de Galdós representa el teatro de las reivindicaciones sociales. Galdós ahonda y saca a la luz las miserias y pobrezas de la vida madrileña, la de una clase media que apenas puede sobrevivir a las escaseces y las deudas. Y, a la vez, encierra una finalidad o propósito doctrinal o ideológico que cumple una misión en la sociedad que le rodea como testimonió el estreno de Electra. En Galdós, la trascendencia de su obra reviste, aparte de lo revolucionario que puedan ser algunas de las tesis, como en Gloria o en Doña Perfecta, por ejemplo, que lo trascendente está en la defensa de la justicia, de la regeneración por el trabajo, de la libertad y del amor que simbólicamente hace pensar en Henrik Ibsen.

Cuando surge Galdós, aparece silenciosamente, con sus ojos chiquitos y escrutadores, con su mirada fría y escrupulosa. Aparece viéndolo todo, examinando todo el panorama, tomando notas. Las ciudades, las calles, la vida interior en las casas, los cafés, los campos y la realidad social. En antítesis al grito de pasión de Echegaray está la visión de realidad de Galdós y tenemos, así, los factores de un estado de conciencia que había de encarnar en la generación de 1898. En definitiva, la obra de Galdós contiene una historia novelada de la vida española del siglo XIX, y dos mundos. El mundo tradicional y religioso, que se opone en las novelas al mundo moderno y liberal con el trabajo, la ciencia y el progreso, cuya norma se basa en el amor y el respeto mutuo por encima de todo antagonismo.

(*) Miembro de la Asociación Española de Médicos Escritores