En los días que siguieron al fracaso de la investidura de Mariano Rajoy la mayoría de los analistas coincidieron en destacar que después de las elecciones vascas y gallegas, que se celebran hoy, se desbloquearía el tortuoso proceso de formación de un gobierno en España. Sin embargo, la previsión de resultados en estas dos comunidades que dan las encuestas más fiables no invita a pensar que estas elecciones vayan a contribuir a superar la paralización política que hemos sufrido durante todo el año. Se dijo que el Partido Nacionalista Vasco ganaría seguro las elecciones en su comunidad, pero necesitaría el apoyo del Partido Popular o del PSOE para formar gobierno. En el primero de los casos y en compensación, se abriría la posibilidad de la incorporación de los nacionalistas vascos al pacto, aún vigente, de PP y Ciudadanos. Y con un bloque de 175 diputados, a uno de la mayoría absoluta, volvería a ser factible la llamada "solución canaria".

Pero las cosas no parecen ir por ahí: el desarrollo de la campaña electoral y las declaraciones de los líderes políticos alejan cada vez más esta solución. El PNV propone abiertamente la reforma del Estatuto de Guernica y exige cotas máximas de autogobierno, que el estatuto actual no contempla. Por el contrario, el Partido Popular y Ciudadanos se reafirman en la defensa de la Constitución y el Estatuto actual, sin reformas, para "integrar al País Vasco más y mejor en España". Posiciones tan contrapuestas llevan a la conclusión de que un pacto entre estas fuerzas políticas no parece posible en estos momentos. Todo apunta a que el PNV se inclina a gobernar en solitario con el apoyo del PSOE, como ocurre ahora. Esta probabilidad ha empujado al propio Mariano Rajoy a declarar que las terceras elecciones "están cada vez más cerca". "Aunque me siguen pareciendo un disparate, si se producen las volveremos a ganar, con más votos y más diputados", precisa aún más.

Estas declaraciones del presidente en funciones indican también que el PP ya ha descartado la posibilidad de un gobierno en minoría, con la abstención de los socialistas. Esta fórmula se barajó insistentemente ante el debilitamiento del liderazgo de Pedro Sánchez, que se podría agravar con un mal resultado en las elecciones vascas y gallegas. Pero en estos últimos días hemos observado cómo la dirección actual del PSOE, adelantándose a los acontecimientos, ya ha anunciado un Comité Federal para el 1 de octubre. Una cita convocada, según la dirección del PSOE, con el objeto de reafirmar el no a la abstención de un gobierno popular y estudiar la posibilidad de un gobierno transitorio, con el apoyo activo o pasivo de Podemos y Ciudadanos.

Los socialistas saben que un gobierno así es muy difícil, por no decir imposible, pero creen que deben intentarlo, aunque solo sea porque podría convertirse en la mejor operación de propaganda ante las elecciones generales del 18 de diciembre, que todos empiezan a dar como seguras. Además, el núcleo dirigente del PSOE piensa que si encontraran resistencias a su propuesta en el Comité Federal lo llevarían a una consulta del conjunto de los afiliados. Y que es prácticamente seguro que las bases del partido aprobarían mayoritariamente su propuesta y reforzarían el liderazgo de Pedro Sánchez, tanto para unas próximas primarias como para las elecciones generales.

Por otra parte, el probable triunfo en Galicia del candidato popular, Alberto Núñez Feijoo, ayudaría a un ascenso del PP en unas nuevas elecciones generales; aunque también podría servir para fortalecer la figura de Núñez Feijoo como uno de los principales aspirantes a la sucesión de Mariano Rajoy.

Es verdad que las elecciones a veces producen sorpresas, pequeños milagros que abren soluciones no previstas. Sin embargo, y en espera de los resultados, el panorama no invita al optimismo. Más bien nos hace temer que se pueda cumplir la vieja ley que tanto gusta a los pesimistas: "Todo aquello que es susceptible de empeorar, empeorará". O también que no hay dos sin tres. Y si ya hemos tenido dos elecciones generales, todo apunta a que vamos camino de las terceras.

Aplicar estas sacudidas al electorado -en un ciclo interminable desde 2015 con comicios locales, insulares, autonómicas, y dos generales- como si fuera el culpable con sus desconcertantes votos de la ingobernabilidad del país, en un ejercicio perverso por parte de los partidos políticos entre la frivolidad y la irresponsabilidad, conduce a situación imprevisible y peligrosa. Este movimiento de las placas tectónicas electorales en permanente inestabilidad desde hace un año agrieta el diseño del modelo constitucional en vigor, desacredita a la clase dirigente, desmoraliza a los ciudadanos, tensa a la jefatura del Estado, desacredita al Parlamento, paraliza la Administración central y colapsa buena parte del sistema autonómico.

Con material tan explosivo y sensible son imprevisible los efectos y daños de una nueva cita electoral en diciembre. Puede que no pase nada. Que como pronostica Rajoy el PP saque más diputados. Pero puede también que el electorado acabe harto. Que entre una abstención masiva y el voto enrabietado, de fastidio y desesperación, las papeletas en las urnas las acabe cargando el diablo.

Los partidos políticos están extenuados, sus líderes cuestionados, las bases desmotivadas, la maquinaria electoral agotada, el electorado cansado, el sistema constitucional tensado y los gobiernos locales y regionales -que garantizan por ahora buena parte de los servicios sociales y asumen la mayoría del gasto del país- en un agujero negro presupuestario del que no pueden salir hasta que Hacienda los alumbre sobre su techo de gasto y los nuevos objetivos de déficit comprometidos con Bruselas.

A la espera al menos de que los principales partidos cumplan lo sugerido por el comisario europeo Pierre Moscovici y, en un esfuerzo de responsabilidad, pacten antes del 15 de octubre la prórroga de los presupuestos y los decretos de actualización de las pensiones y el sueldo de los funcionarios la atmósfera política está soportando una carga eléctrica muy peligrosa con un riesgo cada vez más alto e intolerable de un incendio incontrolable.