Así se titula una de las obras del renacido Jorge Verstrynge, el que había deja-do la política activa para reinventarse como profesor universita-rio. Un tratado que pretendía situar en su contexto los planteamientos ideológicos de los movimientos de indignación que afloraban en el Viejo Mundo. Han pasado dos décadas desde aquel instante y también de la novedad que pudiera deducirse de ella. Una vanguardia que, poco a poco, ha caído en el agotamiento y el absurdo.

Los "nuevos bárbaros" estaban presentes en la refriega ideológica a pie de calle, en las gradas universitarias y en el establishment pedagógico. Su caminar por los diversos campos de acción, en un principio parejo, comenzó a dibujar líneas no siempre convergentes. En lo político, ya han accedido a la representación parlamentaria, encarnando unos postulados populistas con un marcado tufillo autoritario; en lo académico, sólo hay que echar un vistazo al enconamiento de las facciones partidistas que incendian el ambiente de las grandes instituciones de la universidad española. Y, en lo pedagógico, quizás donde menos se fija la lupa mediática, otro tanto cabe decir. Sin embargo, aunque parezca lo contrario, en todos ellos, desde lo ideológico hasta lo puramente académico, la naturaleza del bárbaro se muestra con claridad y, si me apuran, hasta con desparpajo.

En su origen, los bárbaros eran los extraños, los desconocidos; en suma, los que provenían del más allá de las fronteras de la civilización. El mismo vocablo "bárbaro" hacía alusión a la imposibilidad de un primer diálogo por la dificultad de la nueva lengua para los lugareños. Aplicando la etimología al presente, los "nuevos bárbaros" serían los que, ubicados en una posición divergente a la definida por la modernidad y la costumbre, ansían y premian la ruptura con lo viejo, entendiendo por tal lo sometido a las cadenas de lo añoso y decadente. Para ello, y está es la clave del asunto, no importa la distinción entre lo real y lo ilusorio, lo verdadero de aquello que no lo es en absoluto.

En el terreno de la política es tan habitual la ausencia de referentes claros y precisos que no produjo mayor extrañeza la aparición de la teoría de los significantes vacíos, obra del argentino Eduardo Laclau, quien, apoderándose de la idea de las categorías kantianas -es un decir, por supuesto-, elabora un sistema en el que las entidades ideológicas primarias (pueblo, por ejemplo) serán dotadas de contenido conforme evolucione la realidad social. No hay puntos fijos, más bien todo lo contrario, ya que, en la contienda política, la transversalidad es la que genera una imagen más acorde con el devenir de la sociedad. Como apunte académico, no está mal, pero, cuando toca lo material, la probatura intelectual se trastoca en un populismo que rehúye las certezas que busca el hombre medio. Sobre un mismo discurso, defiende una idea como la antagónica: esta fue la base de su éxito y, por lo que parece, también de su repentino declinar. Era sólo cuestión de tiempo, como se ha demostrado, que la exhibición del argumento del absurdo y la contradicción, como generadores de simpatías entre los desencantados de la política, cayera en el descrédito.

Semejante pobreza moral es perceptible en la enseñanza superior, donde la barbarie deja de ser un sustantivo histórico y cultural para convertirse en una manifestación cruel de odio e intolerancia hacia los que piensan de un modo distinto al nuevo radicalismo. Es bien conocido el episodio de la condena a muerte de Gabriel Albiac, sentenciada por Luis Alegre en un artículo tan deplorable como su patética justificación. A todas estas, es muy pertinente recordar que es discípulo predilecto de Carlos Fernández Liria, el mismo que desea la definitiva supresión de la libertad de prensa e información, en un gesto inaudito, sólo comprensible por su inusitado afán de control del relato de la realidad.

Es lo que tiene el relativismo. Puede ser el desencadenante de la risa más desternillante e hipnótica en el plano humorístico -y de eso dan fe los hermanos Marx-, pero cuando toca lo real, acechan los peligros. Parece que la sociedad, paulatinamente, está abriendo los ojos ante el resurgir de los populismos y no se deja seducir, por lo menos no tanto como antes, con los mensajes ambiguos de los nuevos bárbaros, con aquella palabrería que aparentemente saciaba el ansia de los indignados. No obstante, hay un capítulo que no se ha revelado todavía, el de la pedagogía, que comparte raíz con aquéllos, aunque nadie haya hecho el esfuerzo de mostrar la evidencia. Dice uno de los padres de la Escola Nova 21, ejemplo palmario del radicalismo en la enseñanza, que no hacen falta los objetivos en la educación y que los currículos "deben simplificarse" lo máximo posible. Es la estrategia de siempre, la que les ha funcionado hasta ahora: vaciar de contenido los referentes para luego ejercer el poder sobre ellos. Todo empieza aquí, en la escuela, y si lo consiguen, la esperanza de un pueblo libre e ilustrado morirá inexorablemente. Será el triunfo de la barbarie y nadie podrá alegar que no estuvo sobre aviso.

(*) Doctor en Historia y profesor de Filosofía