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Ida y vuelta

La soberbia de creernos inmortales

El desarrollo tecnológico es tan veloz y tan omnipresente que algunos caen en la tentación de pensar que los hombres podrán desafiar todos los límites. La criónica es la preservación a baja temperatura de humanos y animales que la medicina actual no puede mantener con vida. Se trata de congelarlos para que en un futuro el progreso de la medicina pudiese reanimarlos, algo así como poner en práctica la idea de la resurrección que promete la mayoría de las religiones, idea que, aunque es difícil conciliar con la razón, viene a actuar como un bálsamo ante la certeza de la muerte. Se dijo que el famoso Walt Disney fue de los primeros en someterse a este procedimiento, pero al parecer no es cierto ya que fue incinerado. No solo en Estados Unidos sino también en Rusia hay ya compañías dedicadas a esta actividad, el coste del proceso asciende a 36.000 dólares, unos 30.000 euros. En opinión de los técnicos, un cuerpo congelado antes de la descomposición se puede llevar a un estado de anabiosis. Así se puede conservar hasta el momento en que los científicos puedan revivir a los muertos, cuando la medicina del futuro sea capaz de curar las dolencias que les llevaron al fallecimiento.

Gran parte de los científicos y médicos ven la criónica con escepticismo. Sin embargo, entre los crionicistas hay una elevada representación de científicos. El apoyo científico se basa en proyecciones de tecnología futura, especialmente nanotecnología molecular y nanomedicina, ya que algunos creen que la medicina, dentro de algunas décadas o siglos, permitirá la reparación y regeneración a nivel molecular de los órganos y tejidos dañados. Se especula que en el futuro la enfermedad y el envejecimiento puedan ser reversibles. Oficialmente, la ciencia niega esta posibilidad, pero la actividad de las compañías dedicadas a esto es completamente legal, ellas ofrecen a los clientes una información precisa de su actividad y de las perspectivas de revivir.

Pues bien, el gran novelista norteamericano Don Delillo ha publicado recientemente su obra Cero K, una historia densa que cuenta las actividades de un centro en el que llega a practicarse la eutanasia en personas con enfermedades terminales a fin de poder iniciar el experimento. DeLillo es uno de los grandes narradores norteamericanos, obsesionado con analizar los límites de la condición humana, clásico desde que escribiera obras como Ruido de fondo y Submundo, y ahora nos da una novela fría y devastadora sobre la extinción. La utopía de los endiosados que creen poder vivir más allá de la muerte física, a través de un relato que contiene ciencia ficción y también ficción filosófica. La tecnología y sus límites como telón de fondo, y los sentimientos de angustia y melancolía, de ansiedad. En un país asiático, en un lugar que se intenta mantener en secreto, existe un centro donde se congelan los cuerpos de quienes van a morir. Una novela impactante que es un elogio a la vida y a las sensaciones, con una reflexión sobre el arte, el terrorismo, la identidad humana. El libro, de gran intensidad, te deja una sensación de náusea, a través de unas páginas escritas con un halo de perfección. Autor de 16 novelas y tres obras de teatro, ha ganado numerosos premios internacionales.

La pregunta clave es si la ciencia sería capaz de encontrar todas las soluciones para nuestros miedos y limitaciones, si la ciencia puede convertirse en un nuevo dios, un becerro de oro al que todos hemos de rendir cuentas. Para los agnósticos como yo, estas cuestiones tan solo incrementan las preguntas y dudas que uno se hace cada mañana. Pues ahora que todo es tan rápido y tan evanescente, hay soluciones médicas que llaman la atención porque rompen todas las barreras de lo que antes se llamaba ética. Por ejemplo, forzando los mecanismos de reproducción asistida hay mujeres que se quedan embarazadas con 62 años, incluso hay algún caso de septuagenarias que al tener un hijo a tales edades están perturbando los límites de la lógica. Por otra parte, es lícito preguntarse si la premisa principal de la criónica es que la memoria, la personalidad y la identidad se encuentran almacenadas en la estructura y la química cerebral, premisa generalmente aceptada en medicina. Además se sabe que la actividad cerebral puede detenerse y después reactivarse bajo determinadas circunstancias, aunque como regla general no se acepta que los métodos actuales preserven el cerebro lo suficientemente bien como para permitir la reanimación de la mente en el futuro.

Para sus detractores la justificación de la práctica actual de la criónica no está clara, dadas las limitaciones actuales de la tecnología de preservación. Actualmente las células, tejidos, vasos sanguíneos, pequeños animales completos y algún órgano de pequeños mamíferos se pueden criopreservar de forma reversible. Algunas ranas pueden sobrevivir durante unos pocos meses en un estado parcialmente congelado unos grados por encima de la congelación pero no se trata de auténtica criopreservación. Los crionicistas responden que la demostración de la reversibilidad de la preservación no es necesaria para alcanzar el objetivo actual de la criónica, que es la preservación del cerebro y que puede ser suficiente para prevenir la muerte teórica de información hasta que sea posible repararla en el futuro.

Lo que sí está claro es que la esperanza de vida se ha extendido de manera considerable, de tal modo que si hace medio siglo años poca gente llegaba a los 60, lo cierto es que en los próximos años cada vez habrá más personas centenarias. Pero en 2045, el hombre será inmortal. Así lo afirma José Luis Cordeiro, un profesor de la Singularity University, institución académica norteamericana creada en 2009 por la NASA, que ha participado en el encuentro Inteligencia artificial y porvenir de la especie humana, de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Ni el sida, ni el cáncer ni el hambre. Nada. En poco más de 30 años, ninguna enfermedad podrá acabar con la especie humana porque, según asegura, "el envejecimiento es una enfermedad curable". En 2029 tendremos artefactos del tamaño de un ordenador capaces de sobrepasar el nivel de inteligencia del ser humano, afirma. Para hacer semejantes afirmaciones, Cordeiro se basa en una corriente cada vez más extendida y de la que ya se hizo eco la revista Time: la llamada "singularidad tecnológica". Ésta apunta hacia el progreso tecnológico y la llegada de la inteligencia artificial como las herramientas que acabarán con la edad humana y darán lugar a la edad posthumana.

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