No sé si la bronca del PSOE es del mismo tamaño que la que hubo entre los prietistas y los negrinistas, y que se saldó con la expulsión de Negrín en el exilio mexicano de la República. Ahora, sí puedo decir que ha alcanzado una centralidad de aúpa en la escena política nacional, tanta que deberían invitar al dichoso comité a Rivera, Errejón e Iglesias, y por supuesto a Rajoy, para ver si pueden contribuir en algo a calmar las navajas. La sanchada ha desplazado la urgencia del pacto, y los negociadores, si alguna vez los hubo, se han quedado en paro, ociosos. Renace, en cambio, un jarrón chino que ya había sido dado por amortizado, Felipe González. Es más, abandona la función semidecorativa que tenía, y pasa a ser un tocapelotas correoso, que le da al candidato donde más le duele, y que incluso tiene el honor de vivir muy excitado su descenso desde el mueble del salón tras merecer hasta una increpación pública por parte del secretario general. Pese a tantos puros, a los kilos de más y a los negocios, este encandilador de masas, tahúr sevillano, no está oxidado, ni mucho menos. Sabe, sin ir más lejos, que la mentira y la verdad cotizan, y nunca mejor que airear, traspasar, lo que quizás pudo ser una confidencia entre él y Sánchez, que, según sus palabras, le prometió o le dijo que en la segunda vuelta se abstendría. El dardo es muy venenoso, porque, abunda el expresidente, esa era la estrategia hasta que cometió la traición de hacer lo contrario de lo que le había dicho al Buda. La operación de Felipe ha sido fantástica: Sánchez no sabe qué tiene entre manos, un día piensa una cosa y al día siguiente hace otra diferente, tanto que el ex jarrón chino desconoce de qué va el candidato a la presidencia de su partido, qué pretende... Ya no es, por tanto, una campaña de la vieja guardia contra el pacto con separatistas y Podemos, sino la presentación de un tipo que está enrollado en su madeja, que resiste igual que la gotita y que además no hace lo que dice que va a hacer.
