Amí también me ha sobornado el PP, Endesa y la Trilateral, y por eso entiendo que Pedro Sánchez es, como dirigente político, un desastre sin paliativos, incapacitado para corregir el rumbo estratégico del PSOE, insustancial e inconvincente, enredador y agorafóbico. En efecto: un tipo que pierde elección tras elección -el PSOE fue la tercera fuerza política en Madrid, la lista que encabeza el secretario general, en los últimos comicios- y no consigue trenzar alianzas con las organizaciones territoriales, no puede liderar un cambio político en España. Sánchez miente cuando asegura que quiere explorar la posibilidad de una mayoría parlamentaria alternativa para sostener un "Gobierno del cambio". No existe tal mayoría. Ciudadanos y Podemos han dejado claro que ni siquiera están dispuestos a hablar. ¿Qué puede pactar el PSOE ahora con fuerzas políticas que se están ciscando cotidianamente en la legalidad en Cataluña y pretenden proclamar la independencia antes de un año? Es una testarudez alucinatoria. No existe tal mayoría. ¿Y el heroísmo de decirle no a Rajoy una y otra vez, que en esta delicada coyuntura, para un indiscernible montón de tarados recalcitrantes, resulta una inmejorable credencial de izquierdas? Sánchez pudo extraer compromisos al PP a cambio de una abstención socialista en la investidura. Es lo que ocurre en otros sistemas democráticos europeos. Los conservadores españoles están condenados a gobernar sin mayoría absoluta y su programa legislativo -comenzando por su proyecto de presupuestos generales del Estado- podría ser bloqueado, negociado, moldeado, matizado por una estrategia conjunta de las fuerzas de oposición, y de la misma manera Mariano Rajoy puede ser desalojado por una moción de censura el año que viene. Esta es una democracia parlamentaria, no un régimen presidencialista, pero al parecer todos los dirigentes y sus respectivas cortes -tanto entre las fuerzas tradicionales como las emergentes- lo han olvidado, como olvidan que el multipartidismo no consiste únicamente en el fin de un duopolio en el acceso al poder, sino en la obligación de una sólida cultura del debate, del acuerdo y el pacto. Reclamar y argumentar una abstención no te convierte en el monstruo cómplice de una derecha criminal.

Por aquella noche en la que en Casa Labra, una humilde taberna de la calle Tetuán, la luz entrecortada de un quinqué de petróleo iluminó el rostro decidido de dieciséis tipógrafos, cuatro médicos, un doctor, dos joyeros, un marmolista y un zapatero, liderados todos por un hombre todavía joven, enérgico y delicado a la vez, que escribiría poco después: "Quienes contraponen liberalismo y socialismo o no saben del primero o no conocen los objetivos del segundo". Por los perseguidos, encarcelados y asesinados durante generaciones. Por los que dieron su vida porque la vida de los demás mereciera ese nombre. Por los torturados, fusilados y enterrados en las fosas comunes. Por los gobiernos socialistas que trajeron la sanidad universal, multiplicaron los recursos dedicados a la educación y la investigación, disciplinaron al Ejército, devolvieron a este país tibetanizado al proyecto europeo ahora masacrado, legislaron el matrimonio entre personas del mismo sexo, contribuyeron a la federalización del país. Por todo ese legado construido por miles y miles de hombres y mujeres durante más de un siglo la dirección del PSOE está política y éticamente obligada a no devorarse a sí misma y a evitar que el proyecto socialdemócrata termine en el basurero.