La Provincia - Diario de Las Palmas

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Papel vegetal

Terreno abonado

Lo estamos viendo en Francia, en Alemania, en Austria, en Polonia, en Hungría, en Estados Unidos y en otros países democráticos: en todas partes avanza la derecha populista y xenófoba.

En algunos lugares, como Rusia, triunfan los hombres fuertes como Putin, un político que, por paradójico que pueda parecer, ejerce una extraña fascinación sobre los partidos de extrema derecha como el Frente Nacional francés.

Hay quien trata de asociar el avance de la Alternativa para Alemania o del FPÖ austriaco al miedo al inmigrante, sobre todo si es árabe o de religión musulmana, pero eso no puede ser la única explicación. Es algo más complicado.

A ambos lados del Atlántico, en el que todavía llamamos mundo rico, se está creando una angustia laboral y social, que se suma a una sensación creciente de inseguridad ciudadana, relacionada sobre todo con el fenómeno terrorista.

Aumenta en todas partes la desigualdad: los ricos son cada vez más ricos y aprovechan el libre movimiento de capitales para esconder su dinero en los mal llamados "paraísos fiscales", que los gobiernos democráticos han combatido hasta ahora sólo de boquilla.

La globalización permite todo eso y mucho más, como el traslado de la producción por parte de las multinacionales a países donde la mano de obra es más barata o donde pagan menos impuestos.

Con el incremento de la precariedad y el desempleo se ha erosionado además drásticamente la capacidad negociadora de los sindicatos y de los trabajadores, que han ido perdiendo uno tras otro los derechos adquiridos en años de lucha y sacrificios.

Los ciudadanos ven al mismo tiempo cómo unos bancos que con su afán de lucro y su comportamiento irresponsable estuvieron a punto de arruinar la economía mundial vuelven a las andadas sin que los gobiernos parezcan decididos a regularlos de una vez por todas.

Y ven también cómo EE UU y la Comisión Europea negocian en secreto un Tratado de Libre Comercio e Inversiones del que se sabe que aumentará el poder de las multinacionales frente a los Estados y contribuirá a erosionar todavía más la democracia.

Un tratado en cuya redacción han influido los poderosos lobbies de la industria financiera, la del automóvil, la químico-farmacéutica, la alimentaria y muchas otras igualmente representadas tanto en Washington como en Bruselas.

Los ciudadanos asisten mientras tanto con estupor al hecho de que quienes alertaron a la opinión pública del trato de favor fiscal dispensando por Luxemburgo a empresas de todo el mundo se enfrentan a años de cárcel por revelación de secretos mientras ninguno de los responsables políticos de esa clara competencia desleal ha tenido que rendir cuentas.

¿Es de extrañar que, a la vista de todo ello, los ciudadanos desconfíen cada vez más de los partidos tradicionales, que, en lugar de protegerlos, parecen sólo interesados en defender los intereses de unas élites que son las únicas beneficiarias de la globalización?

¿Y es acaso raro que muchos de esos ciudadanos se abstengan cuando son llamados a las urnas o que, si acuden a votar, lo hagan a partidos que prometen protegerlos de todos esos enemigos internos y externos?

Es un terreno cada vez más abonado para los demagogos.

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