Querido amigo, dicen que nunca habíamos tenido unos ministros tan preparados como ahora, pero yo creo que si esto es lo que da de sí un gobierno tecnócrata, preferiría que el Ministerio de Trabajo lo ocupara un parado, el de Sanidad un enfermo terminal, el de Educación un analfabeto o que el de Justicia estuviera en manos de un delincuente. Así tendríamos la seguridad de que, conociendo los problemas desde sus propias carnes, harían lo posible por resolverlos. Y no como ahora que la mayoría de los responsables públicos están acusados de pasarse al bando contrario. Como el ministro de Economía, que es responsable de las estafas millonarias de un banco, la ministra de Empleo, que abarata el despido, el ministro de Industria, que tiene empresas ilegales en el extranjero, o la ignorancia de una ministra de Cultura que hablaba de la famosa escritora portuguesa Sara Mago...

Lo malo es que la ignorancia y la corrupción se han globalizado, así que Italia, Grecia o Portugal son países tan corruptos como España. Y es que ni siquiera en eso somos ya diferentes.

Me pregunto qué nos queda de aquel país que era la reserva espiritual de Occidente, Gregorio, con sus curas y monjitas, con su rosario y sus putas... A quién carajo se le habrá ocurrido legalizar el Partido Comunista sabiendo que Carrillo y la Pasionaria eran demonios que venían a robarnos tantos años de paz y ciencia.

Pero es lo que nos merecemos, y los rojos vienen ahora a disfrutar de su aquelarre con cuernos, rabo y hasta con coleta...

Luego miras a los de la derecha y resulta que, después de criticar la legalización del aborto, el divorcio o la unión de las parejas gais, ni siquiera han intentado revocar esas leyes a pesar de gobernar con mayoría absoluta, ¿en quién vamos a creer entonces?

La clase política tal como la conocemos hoy debería ser considerada una especie endémica en vías (y propósito) de extinción.

Manolo Bello, ya fallecido, fue uno de los obispos de la famosa "Iglesia Cubana", una cachonda "comunidad religiosa" de Las Palmas en la que también militaban otros personajes canarios de los años cincuenta. Fue él quien me contó en su casa, en una de sus largas conversaciones embelesadas con whisky y el aroma de un buen puro habano, que en los tiempos del obispo Pildain, el pudoroso prelado había ordenado que cubriesen con una sábana la desnudez de La Primavera, una de las cuatro esculturas que adornaban el antiguo Puente de Piedra de Vegueta representando a las estaciones.

Estando así las cosas, un domingo a las cinco de la mañana y cuando la gente se disponía a salir de la Catedral después de la misa de madrugada, Manolo y otros amigos treparon hasta la escultura y la despojaron de su blanco manto para colocarle un sujetador rojo...

Ya te puedes imaginar el escándalo y el cachondeo que se armó. Al final, el obispo no tuvo más remedio que volver a destapar el hermoso torso de la doncella, dejándola tal como sigue estando hasta hoy. Y es que, a pesar de todo, contra aquella reserva espiritual vivíamos mejor.

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.