Entre 1939 y 1941 estuvo activa una estrategia eugenésica muy cruel en la Alemania del Tercer Reich. La expeditiva y enigmática AktionT4 supuso la puesta en marcha de un proceso selectivo por el cual aquellos individuos considerados tarados, enfermos irreversibles o simplemente "improductivos" serían diezmados siguiendo un concienzudo plan de exterminio. La meta perseguida no era otra que la limpieza étnica y racial, tal cual la habían diseñado, a partes iguales, Adolf Hitler y su lugarteniente ideológico, el inefable Alfred Rosenberg. Incluso, en la obra señera de este último, El mito del siglo XX, el destino de la unidad germana se cifraba en la eliminación de las razas que, desde antaño, impedían la cohesión del nuevo Estado. Pusieron notable empeño en la tarea y la historia del envilecimiento de la humanidad tiene en estas páginas uno de los pozos más oscuros y abyectos. El resultado, por documentado y analizado, obvia cualquier comentario. Sin embargo, pocos expertos de la realidad social y política de la España de última hora han podido refrenar el símil entre las palabras pronunciadas por cierta dirigente de un partido emergente con la propuesta ejecutada por Viktor Brack en AktionT4.

La secretaria de Análisis Político de Podemos, Carolina Bescansa, declaró en una entrevista que "si sólo votaran los menores de 45 años, Iglesias ya sería presidente". Una afirmación que, ante las reacciones suscitadas, pronto fue matizada y, en un alarde de hipocresía, vuelta del revés, como si de un calcetín se tratara. El panorama político de España no está para frivolidades, y mucho menos para una sentencia rayana en lo estrambótico, por no emplear unos términos más duros. La prontitud de su enmienda, en sentido opuesto a lo que se pudiera esperar, no ha disuadido a los comentaristas de la cosa pública de calificar muy negativamente la actitud displicente de los responsables de la formación morada hacia el conjunto de los españoles y, de modo singular, hacia un amplio sector de la comunidad de electores, tan despreciados por la orientación de su voto como por la franja de edad en la que se ubican. Un despropósito -uno de tantos- que necesita imperiosamente una respuesta firme y solidaria del electorado hispano. Me atrevería a decir que hasta esto sería poco y lo que urge es la reprobación de la persona que pronunció aquellas palabras tanto como las disculpas públicas de los máximos dirigentes del partido para que el mensaje sea inequívoco en defensa de la igualdad de los españoles ante la ley y la participación política.

La eutanasia activa de los organizadores de AktionT4, con la apuesta por la exterminación de los "adultos improductivos", no deja de presentar semejanzas con lo reclamado por Bescansa, proclive a discriminar el voto de los individuos por el color de su elección. Es más, el trato dispensado a los mayores de 45 años no sólo es de una clamorosa injusticia, sino que invalida cualquier argumento exhibido en su justificación. Al igual que los ideólogos del nazismo buscaban en la juventud el germen expansivo de su credo, los populistas sienten una enfermiza ojeriza hacia todo lo que sea viejo. En la primera década del siglo XX, los movimientos por el resurgir del estado germánico encontraban feliz punto de unión en la separación de lo nuevo de aquello que, por una razón u otra, guardara relación con el pasado. De este principio, partió el cuestionamiento de la "vieja política", supuestamente contraria al nacimiento de una época distinta en la contienda ideológica.

La analogía con el presente salta a la vista. No es la primera vez que se escuchan o se leen pronunciamientos como el de Carolina Bescansa. En las redes sociales, que es su particular mentidero político, proliferan los de un cariz todavía peor, saltándose todas las normas y convenciones de la ciudadanía democrática. Por otra parte, es bien cierto que su electorado, mayormente compuesto por jóvenes indignados con los prácticas habituales de los políticos profesionales, ansía una nueva lectura de la realidad, más comprometida con los problemas e inquietudes de las clases populares, pero, de ahí a la negación del valor del voto que no les es afín, hay un largo trecho. Dejar pasar, sin la debida sanción colectiva, las palabras de unos y otros, por erráticas que se nos antojen, abriría el debate ideológico, ya de por sí cargado, hacia unos extremos que rozan el abismo. Una sociedad madura, como la nuestra, plenamente autónoma en sus decisiones y responsable de su destino en convivencia, no puede permitir que las facciones políticas en juego entren en una deriva destructiva porque, de hacerlo, no estará en disputa solamente el ideario de un partido, ni tan siquiera la condición y naturaleza de unos líderes concretos, sino el mismo régimen de participación y cohesión de los ciudadanos en la acción política de un estado.

El voto eugenésico que parece demandar la formación morada esperemos que únicamente sea eso, la extravagancia del momento, y que, por el contrario, no devenga en manifestación palmaria de lo que muchos hemos advertido, esto es, el constante deslizamiento hacia unos postulados refractarios al espíritu democrático, más propios de una voluntad autoritaria que de la genuina dimensión de una sociedad moderna orientada al respeto y preservación de las libertades civiles. Hago votos para que el desliz de Bescansa sea el error pasajero, fruto de la ofuscación por unos resultados electorales no propicios, el lapsus típico del político de turno que se calienta la boca y no mide sus declaraciones, antes que la revelación del manifiesto oculto de los populistas. Ruego para que así sea, porque lo opuesto, no quiero ni imaginármelo, y creo que tampoco el que lea esto. Hoy, más que nunca, la historia debe ocupar un papel protagonista en la reflexión de todos, ya que el conocimiento del pasado, y especialmente del pasado más oprobioso de la humanidad, será nuestro mejor escudo contra la intolerancia y el odio.

(*) Doctor en Historia y profesor de Filosofía