Alguna vez puede ocurrir. Te quedas seco en el sillón, callado y con el interior lleno de turbulencias, Marchas a la cama más alterado y te envuelves en la sabana dispuesto a dirimir todo durante el sueño. Hay un gran desasosiego: una parte es el aliento de la evolución, de la mejora infinita, y otra es el desconcierto que te provocan los disparos en el interior de Atocha 55 con cinco muertos y cuatro heridos en 1977. Estoy viendo la película de Juan Antonio Bardem Siete días de enero sobre la llamada Matanza de Atocha, y uno piensa si ha pasado tanto; poco; si lo hemos olvidado; si se quedó grapado en el pensamiento colectivo; si no es necesario recordar; si cabe remontarse... El director utiliza imágenes reales del contexto del antifranquismo y del franquismo enrabietado, babeando de rabia al ver el desmoronamiento de su obra. Los rostros y las palabras hablan por sí solos: la verdad es que a uno le cuesta encontrar una referencia ante tanto pedazo de brutalidad, de ultraderechistas que no se creen lo que sucede y que aún esperan el apoyo de alguno del búnker para que los militares tomen el poder. La lucha por la amnistía sale a la calle, hay huelga del transporte y ETA secuestra y ejecuta. Los pistoleros engrasan su armas y se reúnen para practicar la puntería. El pánico se mastica, las asambleas del PCE, todavía sin legalizar, se llenan de provocadores. La bestia trata de autocontrolarse, pero saca los colmillos desde que le ofrecen una oportunidad para atizar al rojo. Y ya no puede más y mata a mansalva, sin control, con tanta ferocidad que hasta ellos mismos creen que su noche de los cristales rotos se les ha ido de las manos. Al finalizar la película, una sensación tremenda de tristeza al ver que el sueño de unos jóvenes abogados -Manuela Carmena escapó de milagro- había sido segado de raíz. No sé por qué he tardado tanto en verla. Aquí siempre se quiere echar tierra sobre los más negro, y a veces ocurre que se necesita para saber bien de dónde hemos salido.
