Dudo mucho que en algún aula española se aborde hoy la batalla de Lepanto, que está de aniversario. Y si alguien trata el acontecimiento sospecho que será para maldecir al imperialista hispano, aliado con el inquisidor pontífice y los depredadores mercaderes venecianos frente a la benéfica, tolerante, solidaria y cooperante ONG otomana.
De once de la mañana a cuatro de la tarde se libró la mayor batalla naval de todos los tiempos. La Santa Alianza perdió 12 galeras y otras 40 quedaron inservibles. Murieron 7.600 hombres, de los que 2.000 eran españoles, 880 del Papa y 4.800 venecianos. Hubo 14.000 heridos. Apresaron 170 galeras turcas. Hicieron 5.000 prisioneros y liberaron a 12.000 cautivos cristianos que la Sublime Puerta utilizaba como remeros.
Los muertos del bando oriental ascendieron a 30.000 nada menos. Por parte española allí estaban, al mando, don Juan de Austria, Álvaro de Bazán, Luis de Requesens y Juan Andrea Doria. Menuda alineación. Y con Cervantes, en La marquesa, que describió la hazaña como "la más alta ocasión que vieron los siglos".
La batalla concluyó cuando desde la Real los infantes de marina -creación de Álvaro de Bazán- abordaron a la Sultana, un arcabuzazo fulminó a Alí Pachá, fue decapitado y los soldados exhibieron su cabeza en una pica. Una alianza católica, no cristiana, ya que para los luteranos tanto turcos como romanos eran enemigos. Incluso la católica Francia consentía una base naval otomana en Tolón. Las enseñanzas de aquel acontecimiento decisivo son evidentes, quizá por eso ni se menciona.
