El actor Jack Nicholson, en el papel de Randie, bordó en la película Alguien voló sobre el nido del cuco al personaje del "loco más cuerdo" o un infiltrado en una institución psiquiátrica norteamericana caduca y cámara de los horrores donde internaban a los afectados por desórdenes mentales o que, muchas veces, un comportamiento raro, original, inesperado los apartaba de la norma. La película estrenada en 1975 está inspirada en la obra de Ken Kisey cuyo título, manifestó el autor, que trabajó en un centro psiquiátrico, se debe a que los empleados cuando llegaba un nuevo interno decían "otro para el nido del cuco". La proyección de la película, en plena crisis de las formas de tratar a los llamados "locos", nos recordaba a los antiguos manicomios de donde salían los que, en expresión popular, les había dado una chifladura, embobecidos, contenidos por un tiempo, después de haberles dado "los choques". Había otros y otras que se veían forzados a quedarse, presos, en "el nido del cuco". Ni los repetidos choques, tratamiento que muchos especialistas, ya en esa época, cuestionaban por su agresividad y, a la larga ineficacia, ni las sales de litio, por nombrar a uno de los remedios al uso, les podían sacar de sus delirios, aislamiento y soliloquios como formas de huidas de un mundo hostil o contener los accesos de violencia contra personas y cosas que les convertían en un peligro. De esta manera se veían obligados a pasar, en los antiguos manicomios, parte de sus vidas al cuidado de monjas voluntariosas y "loqueros" bajo la supervisión de los especialistas de entonces que les daban su ración diaria de pastillas y ordenaban que los contuvieran para que no molestasen a cuidadores y otros internos o se provocaran lesiones a sí mismos.

Siendo adolescente, de visita al antiguo manicomio en el llamado "Valle del dolor", situado en un paraje tranquilo y fresco de la isla de Gran Canaria, llegué a verlos medio atontados, sentados en el piso de los patios, rincones, escondidos detrás de los setos de los jardines, sumidos en repetitivos movimientos hebefrénicos o amarrados a las patas de las camas, con cardenales y heridas a flor de piel, la lata de la comida al lado y comidos por las moscas.

En los años setenta, por influencia del movimiento de la llamada Antipsiquiatría de los psiquiatras Laing, Cooper, Basaglia, el filósofo Michel Foucalut y los nuevos aportes de las Ciencias de la Conducta como la Psicología y la Sociología en el tratamiento de los problemas de la mente y el ánimo, comenzó el cierre definitivo de los manicomios. Los enfermos mentales pasaron a ser tratados en departamentos de los hospitales, centros de salud y ambulatorios de zona. Pero no desapareció el problema por cuanto gran parte de la carga pasó a las familias, que se erigieron en cuidadoras informales de sus familiares bajo un pautado farmacológico y los periódicos consejos de psiquiatras y psicólogos. Y hasta la actualidad, en que, si bien han mejorado los tratamientos multiprofesionales, a cualquiera que padece un desajuste mental o de ánimo, temporal o cíclico, que afecte a su personalidad y, como consecuencia, manifieste una conducta anómala, se le considera como un enfermo o enferma diferente a quien sufre una patología orgánica. Se ven expuestos a llevar una indeleble marca con el consiguiente aislamiento y discriminación social y maltrato emocional que atenta contra su dignidad como persona.

En el Día mundial de la Salud mental, 10 de Octubre, entidades como la Federación Mundial de la Salud Mental tratan de impulsar medidas encaminadas a la mejora de la calidad de vida de las personas que sufren algún tipo de alteración mental sobre todo, a preservar la dignidad en el trato de quienes lo sufren. Para ello el personal sanitario, social y medios de comunicación deben colaborar en que se trate a estos enfermos con el respeto y dignidad que, como personas, merecen, que se centre la atención en responder a sus necesidades y librarles del estigma de ser un enfermo irreductible, y a sus familiares, de la afrenta de ocultarlos calmados con una medicación casi de por vida. Que se sepa que, hoy día, existen tratamientos psicosociales que, con o sin pautado farmacológico, desempeñan un papel, harto probado, en la recuperación de su salud mental y normalización de sus vidas en sus entornos familiar, laboral y social. Recuperar su equilibrio emocional, elevar su autoestima y mantenerlo en contacto con los otros y su medio deben ser los objetivos principales del personal a su cargo. Puesto que, recordando la película de Milos Forman, ya nadie "vuela sobre el nido del cuco" porque los enfermos mentales conviven con sus familias, las instituciones públicas deben apoyar iniciativas de apoyo y respiro familiar a las personas que conviven con los que padecen un desorden mental que les aparte de una cierta normalidad, por otra parte cuestionada, porque todos estamos expuestos a ser, alguna vez, "distintos". No en vano son legión a los que algún tipo de locura ha convertido en célebres y hasta inmortales. Y además no olvidar el dicho de que "de poeta y locos todos tenemos un poco".

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