Salió Rato en la tele a la hora de la siesta y quité la voz al televisor. También podría haber apagado el aparato directamente. O haberme apagado yo, que es lo que procedía. Sobre todo, dada la excesiva ingesta de tortilla de patatas y Rioja que había perpetrado y lo temprano de la hora en la que me había levantado por la mañana. Calculé a bote pronto cuántas tortillas podrían prepararse con el dinero de una black de alguno de estos tarjetistas o tarjetianos. Pero me mareé. Fue un mareo negro, o sea, black. De esos que lo ves todo ídem por un segundo. Dejé de hacer cálculos. Dejé de marearme. Dejé de pensar que levitaba. Dejé de oír a Rato. Oí entonces a un vecino que le gritaba a su hijo, el cual por cierto es rubio, rubio siendo su padre moreno. No black, pero sí como moreno de haber estado tres o doce días en el Caribe. En el Caribe tomando el sol, se entiende. En fin, así es a veces mi vida de emocionante, le pego un giro al destino con el mando a distancia (que siempre hay que procurar tener a poca) mediante el cual en lugar de ver, como cada día, a leones de la sabana africana o hipopótamos u osos de Alaska veo a Rato, al que por cierto se le está poniendo una cara parecida a la de mi vecino, el casi black, que antaño era próspero hombre de negocios y dueño de una elegancia no exenta de una brizna de dandismo pero que ahora va siempre en camiseta, saluda, saca a tirar la basura y le quita la voz al televisor después de comer. Será para que se oigan mejor las voces que le pega a su hijo, que por cierto es un poco zote e iba al cole siempre con una mochila de Bankia.

No oía nada en la tele pero Rato seguía hablando. Pasó un buen rato. Casi me duermo. O, al menos, me quedé en blanco, aunque lo procedente con la coherencia del artículo es que me hubiese quedado en negro. Y así, traspuesto, abrí no obstante un ojo y vi que Rato seguía parloteando. No lo oía, claro. Pero él movía los labios. Lo fácil hubiera sido que hasta el televisor se cansara y fuera a fundido en negro. Pero lo que pasó es que de repente yo dije: "Formaban parte de mi salario". Lo dije sin querer. Me asusté. Me bajé el volumen. Me asomé a un espejo por verme la garganta y vislumbrar si tenía a alguien dentro. A Rato no, porque estaba en la tele. Miré la tele. Le di volumen. Pero el vecino gritó más alto. Grité yo también. No sabía si estaba soñando o era ventrílocuo o en realidad yo había tenido también una tarjeta black y me estaba justificando. O tal vez Rato había tomado posesión de mí. Eran muy dados a creer que les pertenecíamos. Ahora, sin embargo, con lo que le está pasando, le pasa como a su black: no da crédito.