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Zigurat

Mentiras, hipocresía, guerra

Si no fuera porque el asunto es demasiado serio como para tomárselo a broma, estaríamos asistiendo a una parodia de debates preelectorales en los EE UU. El fortalecimiento de Rusia y China, el envalentonamiento de Corea del Norte y las disputas territoriales en Asia hacen pensar a muchos que la guerra fría, la enésima, vuelve para quedarse hasta cumplir su ciclo que no es otro que la destrucción de este planeta, por lo que ya tienen diseñado el futuro en Marte.

Los frentes a los que tiene que hacer oposición la OTAN se amplían, con alguno de sus socios como Turquía -que tiene el mayor ejercito de la organización-, pasando por momentos difíciles después del golpe de Estado y la purga sistemática de la que han sido objeto todos los estamentos de la sociedad: desde maestros a bomberos. Lo único que mantiene a Turquía dentro de los límites de una democracia y de la ligera separación de poderes es su ansiada integración en la Unión Europea: te queremos para que defiendas el borde asiático, pero no para que exportes tus ingentes cantidades de productos agrícolas que harían quebrar el mercado o casi. Aparentemente resuelto su problema con Israel, nadie pondría la mano en el fuego si harta de ninguneo decidiera radicalizarse aún más en el camino de la autocracia islámica.

Y el paisaje que se intuye es desolador. En la Norteamérica del postulante Trump, hasta su segundo en el equipo presidencial lo desmiente o contradice y una buena parte de las celebridades de todo tipo están pidiendo el voto para Hillary Clinton porque saben que si este oligarca llega a gobernar la tercera guerra mundial está servida. La imprudencia es uno de los mayores errores que puede cometer cualquier político de cualquier sitio o gobierno -me viene a la grafía el presidente de Filipinas-, pero en Norteamérica lo que pesa mucho es la hipocresía moral, la mojigatería de las doctrinas religiosas nativas, donde ser homosexual o infiel a tu esposa o esposo -que no pareja- es más pernicioso para la salud social que llamar sucios a los mejicanos, o indeseables a los negros, o poner muros y vallas, matar por la espalda o exponer públicamente la cifra grosera de millones de dólares que hacen falta para ser presidente.

Cuando fríamente, con desconfianza mutua se saludan Mahmud Abás y Netanyahu, y se está intentando, esta vez Rusia, que se sienten a hablar sobre el horroroso estado de guerra en que viven los palestinos y los judíos, a Trump no se le ocurre otra insensatez que declarar, como si fuera un juego macabro, la capitalidad de Jerusalén como única para Israel por lo siglos de los siglos, cuando todos los gobernantes del mundo saben que este asunto y los sucesivos asentamiento y la usurpación de tierras a los palestinos es el talón de Aquiles de las conversaciones. Y de otra parte el problema de Gaza o los Altos del Golán desde donde se controlan los recursos hídricos de la región.

Lo tremendo del asunto es que Trump puede quedar fuera de la Casa Blanca no por su agresividad, desprecio a los seres humanos más marginados o iniciar una guerra que ya ha declarado al mundo musulmán, con parada en Roma para salvar a Francisco que lo tiene entre ceja y ceja, sino por su machismo militante y sus continuas infidelidades a su esposa.

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