Basta con echar un vistazo a los debates que los dos candidatos a la presidencia de los EE UU están realizando en las diferentes televisiones americanas para, sin ser un lince, darse cuenta que es un hecho irrefutable el ocaso de los dioses políticos en aquel país.

Desde la zafiedad prepotente de Trump a la impotencia decadente de Clinton son muestra de una total falta de categoría donde si hubiese que resaltar una nota predominante sería el vacío de contenido en los discursos. En un ejemplo palmario de un concurso de mentiras, el candidato Trump se lleva la palma; en realidad da un poco de miedo imaginarse a este señor como comandante en jefe del ejército más poderoso del mundo.

Es increíble ver cómo un país fundado por puritanos ingleses ha acabado con los candidatos a la presidencia dedicándose reproches e insultos brutales, no cabe otro calificativo. Se llega al punto de amenazar, en caso de victoria, con me-ter al contrincante en la cárcel o, tantos los unos como los otros, hacen uso del acoso sexual como arma arrojadiza hasta llegar a tal fri-volidad dialéctica que sólo logran alejar a los candidatos, paso a paso, del establishment. Mientras el te-lespectador asiste atónito al entre-tenido y triste espectáculo de ver cómo sus líderes se arrastran por el barro como la gente de la calle en una reyerta de bandas de los barrios bajos. Donald Trump vive en una realidad alternativa según el equipo de Clinton, pero ¿en qué realidad vive Hillary? Quizá sea en otra, más correcta políticamente pero también más aburrida, sin debate de fondo donde desgraciadamente las líneas políticas a seguir brillan por su ausencia.

Estamos en la era de la posverdad, donde las mentiras campan a sus anchas y no pasa nada. Los populistas y demagogos, en España también, se mueven como pez en el agua cuando mienten a sabiendas sin apenas despeinarse.

Los próximos días las encuestas van a ser claves apenas a unas semanas para las votaciones que llevarán a uno de estos dos candidatos a la presidencia del país que hoy por hoy que representa el Imperio. No sabemos cuánto más va a durar este imperio, porque nadie es capaz de aventurar una fecha, pero lo que sí parece claro es que China está al acecho para tomar el relevo en este despropósito que llamamos mundo.

Los imperios han creado el tiempo de la historia. Los imperios no han ubicado su existencia en el tiempo circular, recurrente y uniforme de las estaciones, sino en el tiempo desigual de la grandeza y la decadencia, del principio y el fin, de la catástrofe. Los imperios se condenan a vivir en la historia y a conspirar contra la historia. La inteligencia oculta de los imperios sólo tiene una idea fija: cómo no acabar, cómo no sucumbir, cómo prolongar su era. "A los imperios no los derriba nadie. Se pudren por dentro, se caen solos".