En septiembre no sólo se pone en marcha el curso académico, el político o el judicial? también se pone en mar-cha el curso pastoral. El chupinazo lo lanza el obispo en la homi- lía del Pino, en Teror. Luego viene la gira anual de los teloneros de turno con toda la parafernalia al uso. Cuando uno mira a la platea no puede menos de preguntarse a quién se dirigen aquellos hombres y mujeres con aquellas bolsas de folletos, con aquellos kilos de papeles. Delante, en mayoría aplastante, beneméritas mujeres ya rebasados los sesenta y curas, casi septenarios o más; en minoría, asientos vacíos, a calentar por agentes más jóvenes, pero ausentes.

Desde que se pusieron de moda los Planes Pastorales en los que se vuelcan deseos y sueños, muchos de ellos nacidos en las bases y elaborados luego por cocineros, que trabajan en las trastiendas de las curias siempre bajo la supervisión del Chef, raro es el inicio de curso que no nos visite en cada arciprestazgo el PDP (Proyecto Diocesano de Pastoral) último. Con frecuencia la oferta es muy superior a la demanda y la mayoría del material termina olvidado en la sala de máquinas del obispado, a la espera de que alguien demande el producto, o en un trastero de la parroquia que no sabe qué hacer con tanto material disponible.

¿Sirven para algo los Proyectos Pastorales? ¿Un Plan de Pastoral Diocesano es útil y necesario? A simple vista parece que sobra mucho papel y falta concreción. Pero, a pesar de todo, es un buen GPS para no chocar entre los diferentes movimientos y darle un sentido único a tan variopinta carrera. En las diócesis son muchos los que se mueven y cada uno tiene su mapa: movimientos, congregaciones religiosas, cofradías, asociaciones piadosas, servicios, etc. Y es necesario apuntar a lo esencial. Creo que un buen PDP tiene esta finalidad: a pesar de las diferencias, los distintos caminos, los diversos carismas, todo debe privilegiar lo importante. Y lo importante es el Evangelio, el encuentro con Jesús, un encuentro que se hace acontecimiento.

Los que elaboran estos materiales son dignos de respeto. De todo respeto y agradecimiento. Ante la dificultad -y la pastoral tiene hoy, como en el pasado, muchas dificultades- siempre es mejor proponer, entusiasmar, que rendirse o simplemente poner palos en las ruedas. Pero no es suficiente. Nuestro mundo es muy complejo. Y el tiempo de Dios tiene su ritmo, también lo tiene el tiempo de las personas. Armonizar los diversos ritmos no es fácil y, por ello, hemos de estar atentos a la realidad en la que vivimos y construimos entre todos. Y no sólo para detectar enfermedades y ofrecer remedios adecuados, sino también para apoyar y discernir lo de "los signos de los tiempos". ¿Les suena? Rotos los cauces normales de transmisión de la fe, el reto que se presenta es inédito. Y, como en otros muchos campos, no sabemos cómo hacerlo.

Marcar el Norte, brujulear nuestras acciones y gestos es de vital importancia. Necesitamos reapropiarnos la fe y eso marca la diferencia. En una sociedad líquida como la nuestra, donde la fe resulta prescindible y fácilmente soluble sin más, no es fácil marcar caminos, conducir con luces largas. Por eso, no debemos olvidar lo esencial. Aquello que nunca dejaríamos atrás, si solo pudiéramos llevar una cosa a una isla desierta. En la tarea pastoral ni todo es igual ni todo está marcado por la misma urgencia.

A veces se superponen planes y programas a corto plazo y se solapan proyectos de largo re- corrido. No es buena forma de proceder. Aquí no se trata de sumar planes, años de la miseri- cordia, de la vida consagrada o de lo que sea -cada año viene con su peculiaridad- sino descubrir qué es lo clave en una y otra propuesta y marcar el paso. En la Iglesia hay recursos humanos, también materiales y una gran voluntad de servicio, pero también mucha dispersión. Una pastoral para el mundo de hoy requiere más inclusión de todos. Escuchar con humildad las propuestas del otro. Unos curas y laicos que se sienten tenidos en cuenta, con capacidad de decisión, considerados adultos a todos los niveles, también se sienten más responsables. Y lanzarse al agua, no podemos pasarnos la vida sin tomar decisiones. Pasar de las palabras a los hechos, aunque a veces metamos la pata.

Con frecuencia damos la impresión de que trabajamos para empresas que compiten entre sí. Los grupos, los movimientos, esa interminable sopa de siglas y nombres que ha irrumpido en nuestra Iglesia, son una bendición. Pero? siempre hay un "pero". Nos puede pasar lo que Erasmo de Rotterdam ya denunciaba en el siglo XVI en su rompedor libro El elogio de la locura -por cierto, originaria de las Islas Afortunadas- refiriéndose a dominicos, franciscanos, escolapios, cistercienses, carmelitas, etc.: "Compiten entre sí y su ambición no estriba tanto en parecerse a Cristo cuanto en no parecerse entre ellos".

La variedad es riqueza, pero, por encima de todo, está el Señor. Y esto es más que palabras. Las instancias de corresponsabilidad deben ser verdaderos espacios de encuentro, de evaluación, de discernimiento y de toma de decisiones, si no, no sirven de nada. Lejos de nosotros las votaciones a la búlgara. Y todo, desde la pequeñez que supone sentirnos una voz entre otras muchas voces y la precariedad de cualquier respuesta nuestra, siempre adjetiva y puntual.

Un emprendedor que se precie necesita un proyecto, también los agentes pastorales. Pero el Proyecto es mucho más que un prospecto. No se solucionan los problemas pastorales sólo con recursos y papeles. Necesitamos mucho entusiasmo, "perder el tiempo" al margen de lo programado y estar atentos al Espíritu, allí donde se pone, no donde queremos encontrarlo.