La conozco hace años y sé de su amor por los animales, de su lucha para que no sean maltratados, para que tengan cubiertas sus necesidades básicas. La había perdido de vista pero hace una semana nos vimos y tomamos ese café tantos años pendiente. De pronto comenzamos a contarnos episodios de nuestras vidas y ella, claro, habló de su eterna vinculación con los animales, de la crueldad de la que ha sido testigo, especialmente con perros. La ejercida por los humanos con esos seres, fieles e indefensos. "Mira, a mí no me han matado de milagro. He tenido muchas amenazas por parte de los que se atreven a abandonar a un perro en una cuneta, en la puerta de un albergue, en la parada de la guagua, en un solar, al sol o bajo la lluvia, sin agua, sin refugio". María Rosa González, así se llama, heredó de su padre el amor por los animales "lo llevo en mi ADN" dice orgullosa. Mujer de carácter conoce como pocos la maldad de eso seres humanos que sitúa en lo peor de la vida. Hace tiempo que decidió que en el albergue de Bañaderos del que ha sido responsable no era ella la persona adecuada para recibir a los que tocaban en la puerta con un animalito atado a una cuerda o agazapado en una furgona sabedores de su suerte. Sus dueños han firmado un documento autorizando su muerte. En Gran Canaria se abandonan cada año 10.000 animales. De ellos una gran mayoría son sacrificados porque no hay plazas para todos. Hay episodios de gran dureza que relata la amiga y mejor obviar.

Me gustan los animales, he tenido perros, el último, Pepe, hasta hace nueve años que hubo que sacrificarlo por enfermedad. Sé bien el doloroso vacío que dejan. Pero no iba por aquí el relato de hoy, no; iba por la clase de personas que son capaces de dejar tirado a quien ha sido vigilante, compañero y guía de sus padres sabiendo además que dada la imposibilidad de atenderlos su vida será corta. A María Rosa le brillan los ojos al recordar la frialdad con la que contestan al ser preguntados "¿por qué no lo quieren?"; "era de mi madre y ella murió", "¿Cuándo?", "Ayer?". Sin el más mínimo remordimiento. A saber cuántas personas que posan orgullosos abrazados a sus perros son capaces de hacer lo mismo que hacen 10.000 grancanarios cada año.

¿Solución? Cultura. Ni las adopciones garantizan su vida.