El pasado 10 de octubre, Día Mundial de la Salud Mental, no acudí a una conferencia sobre la profesión, como sería esperable, sino a la presentación de la cátedra cultural de Andrés Bello, científico nacido en San Miguel de Abona. Cátedra cuyo deseo es fundamentar su aprendizaje en la multiversidad -por la ausencia de libertad en la universidad y más de una verdad posible-, y en el desarrollo sostenible, mezcla de ética y sentido común, cuya base es el humanismo. Realmente mi interés era otro: escuchar de viva voz a un hombre incansable. Su padre, humilde pescador, emigró de Pontevedra a Argentina. En este tiempo de vientos sombríos, intuimos que hay que ir más allá de nuestras disciplinas formativas y husmear posibles respuestas en los otros lados de la orilla, en este tiempo de monocultivo y roturas históricas del consenso social. La biografía del ponente inquieta y refleja de por sí una búsqueda compartida: licenciado en Bellas Artes, doctor en Arquitectura y Urbanismo, periodista en el periódico de Paz y Justicia (1973), siempre predispuesto a participar, por ejemplo, en la creación de la asamblea permanente por los derechos humanos de la ONU (1975), y con muchos más. Un trotamundos, comprometido con su tiempo. Cualquier presentación es insuficiente del Premio Nobel de La Paz. Adolfo Pérez Esquivel, más latinoamericano que argentino. De forma atrevida, aún mantiene la sonrisa en sus labios.

Hoy, tenía que girar la cabeza, y expresar gratitud hacia aquellos que defienden los valores de la dignidad humana, y hallar a un hombre que mantiene este largo sueño de los derechos. De verbo fácil y fluido. Vocaliza suave, redondo como un pájaro. De experiencia sentida. De encuentros diversos, algunos nos contó esa mañana: Teresa de Calcuta, Evo Morales, Papa Francisco, Ernesto Cardenal, Eduardo Galeano, y su abuela guaraní. Y su compañero de largo viaje Raúl Aramendy. Raíz de comunicador que brota un pensar y sentir lejos de lo anecdótico. La vida le ha llevado por caminos que no conoce, pero sabe que tiene que estar, incluso desterrado en un sótano. Venía de Colombia, nos decía, de un viaje cargado de inconvenientes. Y de duras sorpresas.

Y comenzó su disertación. Preguntó al auditorio: ¿cómo vamos a cambiar la situación del planeta, nuestra casa común, si entre ustedes no se conocen? advirtio. No sólo hay que ver, sino que hay que aprender a mirar; no sólo hay que oír, sino que hay que saber escuchar. Nosotros podemos oír muchos ruidos, pero no escuchamos ninguno. Oímos, pero no escuchamos. Vemos, pero no miramos. Cuando miramos es cuando realmente tenemos una relación, no sólo con el ser humano, sino con la naturaleza, no como algo externo como si fuese un paisaje contemplado desde un tren, sino que está dentro de nosotros. Si somos indiferentes los unos a los otros, como solitarios en multitudes. Insistió, pregúntense sus nombres, ya lo saben del compañero de al lado, ahora es distinto, verdad. Al nombrarnos poseemos una identidad, una pertenencia y entonces podremos ir juntos, como comunidad y favorecer nuestros derechos como personas y los de la defensa de la naturaleza, de nuestro planeta Tierra, el único que hoy conocemos. Quienes tienen al lado pueden tener similitud o no con ustedes respecto a la religión, política, ideología, etc. Sin embargo, todos poseemos una forma de comprender, pero si fuese una forma única sería un grave problema. La diversidad es nuestra gran riqueza y la de los pueblos. Todas y todos tenemos los mismos derechos en una sociedad y todos esos derechos deben ser respetados para todos. La democracia no se otorga, es un espacio a construir.

Resultó impecable al calificar estas democracias de débiles e imperfectas, e hizo hincapié en que debemos de mejorarlas haciéndolas participativas, no delegadas, y revocar al que no cumpla. Y si decimos paz, aclaro, que no tiene que entenderse como la ausencia de conflicto, sino que es más profundo, tiene que ver con las relaciones humanas entre las personas y los pueblos. Si nosotros no construimos la paz en nosotros no podemos construir nada con los otros. Y aquí tenemos que ir pensando en los valores de la cultura, las culturas tiene su origen más remoto, mucho antes que nosotros, y tenemos que profundizar en ellas, y esto nos dará el pensamiento y la resistencia cultural contra la injusticia. Unir a los pueblos en la diversidad. Si nos dominan en el pensamiento, y nos dominan en nuestras culturas de seres humanos, estamos quemados. La sabiduría está en aquellos que comprenden el sentido profundo de la vida. Somos aprendices de la vida, estamos en un camino de aprendizaje. Sentenció: "Si no sabes a dónde vas regresa para saber de dónde vienes".

Acabar con el monocultivo de la mente. Tenemos una formación de mentalidad cartesiana, fragmentada, lo que Ortega y Gasset llama "el hombre especializado": hay gente que sabe mucho de alguna cosa y es analfabeta de la mayoría. El autor Fritjof Capra señala esto en sus libros El Punto Crucial y El Tao de la Física. La mentalidad cartesiana nos limita. Hay médicos que te curan de una enfermedad y te generan otras enfermedades porque te aplican una cosa aquí y te arruinan el hígado, el corazón, la cabeza, etc. El mundo es como un ser humano, debe ser tratado en forma integral y para esto tenemos que desarrollar el pensamiento holístico. Es fundamental. Los derechos humanos vistos de una forma integral y en este aprendizaje la soberanía alimentaria es condición necesaria, siendo la base para alimentarnos con seguridad y lo que debe comer la humanidad, no por imposiciones de las grandes multinacionales que apuestan por el monocultivo, los bancos de semillas son estratégicos para la humanidad.