El desventurado rumbo de colisión que ha tomado el socialismo en las últimas semanas dejó a Javier Fernández sin la lectura que tenía entre manos, SPQR, la historia de Roma de Mary Beard. Bajo la sombra del mucho saber y buen contar de la historiadora premiada con el Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, el bipresidente habría encontrado ese consuelo intelectual que ayuda a sobrellevar las circunstancias malhadadas. Con el añadido de que todo relato histórico siempre nos devuelve algún eco del presente. Sin hablar del comité federal del PSOE 1 de octubre pasado, Beard llama la atención sobre la tendencia de una sociedad como la romana, con unos fundamentos legales muy desarrollados, a resolver de forma violenta sus transiciones de poder. Y bajo la omnipresencia de una retórica que conserva una influencia vigorosa en la política moderna, Javier Fernández se habría dirigido ayer al Senado con algo similar a la "maravillosa mezcla de furia, indignación, autocrítica y, al parecer, datos sólidos", según reconstrucción de la catedrática de Cambridge, con la que Cicerón atizó a los togados contra un Catilina, que en esa ambigüedad, nunca del todo resuelta, entre el personaje que sólo pretendía salvarse a sí mismo y el revolucionario podría asemejarse al ahora semiclandestino Pedro Sánchez. Ante los diputados y senadores socialistas, la primera voz del PSOE, desplegó lo que Beard identifica como un "modelo de oratoria persuasiva" que servirá de columna vertebral para las misiones pedagógicas desplegadas ante la militancia. Porque aunque los rescatadores del partido hayan provocado una ineludible relación causal entre el descabezamiento del partido y la elusión de las terceras elecciones están encontrando una inesperada resistencia de lo militantes a convertirse en comulgantes. Esa fractura va más allá de lo que ocurra el domingo en un nuevo comité federal ante el que, como precalentamiento, la abstención ha dejado de ser un tabú verbal.

La sorpresa del aparato socialistas ante la contestación de las bases a las que representan revelan que a lo que ahora asistimos en el PSOE no es a la podemización sino al anquilosamiento de quienes asumen la dirección del partido. Siguen en su apuesta por una forma orgánica desbordada por los acontecimientos y que se momifica en expresiones como "la consulta a la militancia no está en la cultura socialista" o "las asambleas debaten y los órganos deciden". Desde esa posición, el compromiso activo que demuestra el afán de los afiliados de implicarse en los momentos críticos del partido lejos de ser un inestimable valor añadido para la acción política se ha convertido en un problema. Y un problema que en nada resuelve la previsible decisión del comité federal del domingo en favor de la abstención ante Mariano Rajoy.

De cómo se module esa abstención y cómo encaje el aparato la plasmación de las diferentes posturas internas en la, también previsible, ruptura de la disciplina de voto dependerá mucho la recomposición futura del partido.

Investido de nuevo el candidato popular, el PSOE está abocado a un congreso con mayor urgencia de la que quizá tienen en su previsión de tiempos los rescatadores del partido. Cuanto más tarde, más devastador será el incendio interno y más se extenderá a medida que el empeño opositor choque contra unas prácticas del PP que tratarán de apartarse lo menos posible de lo que hemos visto en los últimos cinco años. ¿Cómo encararán por ejemplo los socialistas el ver que el centurión Jorge Fernández Díaz sigue de ministro del Interior horas después de haber abierto paso a Rajoy?