La Provincia - Diario de Las Palmas

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'Los hongos'

El derecho a sobrevivir

Cuando nadie apostaba un céntimo por la mayoría de las cinematografías iberoamericanas, amordazadas, durante décadas, por la inercia de un mercado que solo comerciaba con productos de corte populista, un grupo de cineastas independientes decidió emprender sus carreras respectivas trazando una nueva y próspera ruta que les conduciría a visibilizar sus trabajos en los espacios de excelencia cultural por antonomasia que ocupaban -y ocupan hoy más que nunca- festivales como Cannes, Venecia, Toronto, Locarno, Rotterdam, Berlín, etcétera, donde sus obras, de claros perfiles innovadores en su inmensa mayoría, eran puestas en valor ante la crítica internacional, obteniendo un número abrumador de premios en muchos de estos reputados certámenes.

Por aquel entonces, en 1999, para ser exactos, nace en la ciudad de Buenos Aires el BAFICI, un encuentro cinematográfico de carácter independiente que muy pronto se convertiría en el gran referente y en el apoyo estratégico para la difusión de esta nueva camada de realizadores, acogiendo lo que se conoce como el gran renacimiento de las cinematografías latinoamericanas, fenómeno del que la muestra Ibértigo, que hoy inicia sus proyecciones en Las Palmas, es, sin duda alguna, una clara deudora desde su creación hace casi tres lustros.

Con la proyección esta tarde del largometraje Los Hongos (2014), del cineasta colombiano Óscar Ruiz Navia, ganador, entre otros, del Premio Especial del Jurado en el apartado Cineastas del presente del Festival Internacional de Cine de Locarno, arranca en la Casa de Colón la 14º edición de esta cita tradicional que concluirá, tras seis intensas jornadas, la noche del viernes 28 con el estreno del filme argentino La larga noche de Francisco Sanctis (2016), ópera prima de Francisco Márquez y de Andrea Testa, distinguida el pasado mes de Abril con cuatro galardones en el BAFICI, incluidos el de la Mejor Película y Mejor Director y destacando como la gran revelación de la sección Un certain Regard en el pasado Festival de Cannes.

Ambos filmes serán presentados, en un único pase, por los propios directores que participarán, al término de la proyección, en un debate con el público. Se da además la circunstancia de que Ruiz Navia, cuyo último trabajo acaba de estar presente en la sección competitiva del prestigioso Festival de Pusan (Corea del Sur) recibió, en el Festival de Las Palmas de 2009, el Premio José Rivero a la Mejor Primera Película con El vuelco del cangrejo, un más que apreciable drama social cuyos rudimentarios medios técnicos empleados en su realización no impidieron que el filme destilara originalidad, madurez y poesía a raudales.

Además de la habitual panorámica sobre la actualidad que recoge largometrajes y cortos de siete países, Ibértigo continúa con la juiciosa costumbre de programar cada año un ciclo monográfico de especial interés para calibrar la evolución artística de estas jóvenes cinematografías que, desde hace más de una década, asombran al mundo por su frescura, imaginación y combatividad. Colombia, uno de los estados más conflictivos de Latinoamérica, cuya producción cinematográfica durante el pasado año sumó más que la realizada durante toda la década de los 90, ha sido esta vez el país elegido por la organización ante la contrastada voluntad de muchos de sus jóvenes autores de huir de los patrones narrativos vigentes y de proponer nuevas e inquietantes miradas sobre el entorno social y político que condiciona irremediablemente la vida de sus apacibles protagonistas.

Y no ha podido tener mejor arranque esta nueva edición que con un filme tan emotivo, abierto, testimonial y desgarrador como Los hongos. Como ocurre en casi todos los trabajos de Ruiz Navia, se trata de una película que intenta adentrarse en el drama cotidiano de esa juventud sin horizontes, extraviada y errante, que vagabundea por los distritos más deprimidos de las grandes ciudades colombianas en busca de algún mecanismo de compensación que les redima del clima de miseria y marginalidad que condiciona sus existencias como proscritos en una sociedad lastrada por la terrible lacra de la desigualdad.

Su única compensación, en el caso de los protagonistas del filme, convertidos por imperiosa necesidad vital en dos consumados graffiteros, es aferrarse a la "furia cromática de los aerosoles", al único clavo ardiendo del que agarrarse, para plasmar la rabia que los oprime en forma de vistosos y coloristas murales callejeros que denuncian el estado de absoluta indefensión en el que luchan diariamente por sobrevivir.

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