Todo debe colocarse en un orden fulminante y estamos en ello. Me conmueve la rapidez con la que actualmente se materializan las opiniones y se condensan los imaginarios. Las opiniones, hace mucho tiempo ciertamente, se amasaban con mucho contacto, paciencia y testarudez, como el pan, pero hoy la opinión es un lapo apresurado, y por eso demasiadas columnas se parecen tanto a bacinillas. Veo con claridad muchas cosas claras que quizás no sean verdad. Por ejemplo, que la única oportunidad para desalojar al PP en el poder e intentar revertir sus políticas con cierta coherencia fue, en la pasada y brevísima legislatura, un Gobierno apoyado por el PSOE, Ciudadanos y Podemos. Un acuerdo al que hubieran podido sumarse parlamentariamente fuerzas como el PNV o Coalición Canaria. Estoy agotado de escuchar a mocosos salivantes que te explican que ese imposible gobierno no hubiera sido un Gobierno de izquierdas. Pues no, tonto de culo, hubiera sido un Gobierno reformista para evitar la continuidad en el poder de un partido podrido por una corrupción metastasiada, inmovilista ante la urgencia de reformas políticas e institucionales y absolutamente decidido a no modificar su deriva autoritaria y su hondo desprecio al deterioro de los servicios públicos, a la desigualdad rampante y al sufrimiento social generado por la crisis como resultados inevitables de su estrategia política. Solo y nada más que eso. Una legislatura de un par de años que hubiera podido cerrarse (o no) con una reforma Constitucional y la convocatoria de nuevas elecciones generales. No fue así cuando fue posible y fue imposible por la decisión de Pablo Iglesias y sus compañeros, que sabían perfectamente que el Comité Federal del PSOE había establecido como líneas rojas no trazar pactos de Estado con aquellos que quieren destruir la unidad territorial del Estado.

Unas terceras elecciones arrojarían -según augures politólogos y encuestas desplegadas en los cuatro puntos cardinales- unos resultados muy parecidos a los actuales. Quizás el PP bajara un fisco o subiera un poco: nada sustancial. Dejar gobernar a un Mariano Rajoy sin mayoría absoluta no es dejar gobernar al PP de los últimos cuatro años. La oposición -debidamente relacionada- dispone de una base aritmética para obtener victorias parlamentarias en la actividad legislativa y en la fiscalización del Gobierno. Al cabo de un año es posible forzar nuevas elecciones con una moción de censura. No se entiende así y el infantilismo izquierdista enciende las redes sociales contra el PSOE, convierte a Pedro Sánchez en un personaje histórico a medio camino entre Lenin y Camilo Cienfuegos y habla de traición y entreguismo al capitalismo español e internacional. Iglesias, que sabe lo que se viene encima porque en buena parte lo ha provocado, llama a echarse a la calle, Errejón en el Congreso y él con la pancarta calentando el ambiente: no moverá un dedo para evitar, con sus diputados, el recorte de 5.000 millones de euros que exige Bruselas. Es un aventurero político impaciente porque dio una patada y no le valió para asaltar el cielo. El orden casi fulminante está dispuesto. Le recomiendo que no se pierdan lo que viene. Es casi gratis. Solo se paga en asco incontrolable e ilusiones perdidas.