La amenaza del siglo XXI se llama explosión demográfica. El constante aumento de la población mundial está poniendo en peligro la supervivencia de los que habitamos el planeta Tierra. Hay demasiada gente para el espacio y las condiciones disponibles. Años atrás, la población era 2,5 mil millones de gentes. Hoy somos más de 5,5 mil millones. Las poblaciones de Iberoamérica, la India o Irán, por ejemplo, solo en la última década ha aumentado exageradamente. Y no digamos África, que es para echarse a temblar. Para el año 2050 se prevé una población mundial de 10 mil millones de habitantes (veánse en la red las encuestas publicadas por la ONU). ¿Resistirá la Tierra este ritmo de crecimiento ad infinitum? ¿Hasta cuándo durarán los recursos no renovables como el agua, el petróleo o el gas? ¿Podrán los gobiernos decretar un control de natalidad obligatorio ante la oposición del Vaticano? La realidad es que la explosión demográfica es responsable de los problemas que nos atormentan: la miseria, el hambre, la contaminación, la deforestación, el recalentamiento de la atmósfera, y como consecuencia del desastre, la emigración masiva sin rumbo ni objetivo, solo con la intención de huir de la hecatombe. La última palabra, en mi opinión, no la tiene el Vaticano: la tienen los gobernantes de los países más desarrollados, porque si no actúan pronto con medidas eficaces para contrarrestar la explosión demográfica -no con guerras, sino educando a los países subdesarrollados en la planificación familiar, el futuro, simplemente, no existirá. ¡Sálvese quien pueda!