La Provincia - Diario de Las Palmas

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Cine Ibértigo 2016

El juego de la verdad

Atravesado ya el ecuador de la Muestra, las películas continúan reflejando el impulso innovador y reflexivo de una generación de cineastas que cree a pie juntillas en la capacidad del lenguaje cinematográfico para reeducar la mirada del espectador ante los desafíos de una realidad que se transforma a una velocidad vertiginosa.

Durante estos días nos hemos hecho eco de la dimensión estética, social e ideológica de un puñado de filmes que, con mayor o menor acierto, han aportado nuevas claves para la interpretación del mundo desde sus respectivos relatos individuales, ahuyentando así cualquier tentación de caer en la simplificación narrativa a la que se adhieren hoy en día, como ventosas, legiones de profesionales que solo persiguen una rápida y confortable integración al sistema que representa la gran industria y al caro peaje profesional que ésta exige por su protección.

Pues bien, a tenor de la idea que tiene acerca de su oficio como director, el guatemalteco Jayro Bustamante, autor de Ixcanul, tampoco parece estar demasiado preocupado por abandonar su autonomía como cineasta para alinearse en las filas del cine comercial. Su película, por el contrario, es una continua invitación a participar de un experimento formal inaudito: una fábula popular que irradia dolor, rabia, ansiedad y desesperación por todos sus poros en la que sus adustos y abatidos personajes intentan afrontar su precaria existencia desde sus creencias y tradiciones más ancestrales, a pesar de que su renuncia a las mismas podría contribuir a salvarles la vida, como queda de manifiesto, pongamos por caso, en la frenética secuencia del parto en el hospital.

María, la joven protagonista de este drama rural sin paliativos, una india cachiquel que se debate entre sus deseos más íntimos e irrenunciables y el deber de obediencia a unos padres instalados en el fanatismo más irracionalidad e intransigente, representa el arquetipo de la nueva mujer guatemalteca, independiente, insumisa y batalladora que lucha por unos derechos conculcados gracias a una noción particularmente sesgada de las relaciones de poder en el seno familiar. Aunque una lectura precipitada podría indicar lo contrario, Bustamante no busca la compasión del espectador sobre el desdichado personaje, su intención real es mostrarnos el desolado escenario social que lo rodea y el clima de superstición e intolerancia que le impide, entre otras cosas, elegir libremente a su futuro esposo o recuperar al bebé que alumbró en el hospital tras descubrir que no había muerto, como le indicaron todos, incluidos sus propios progenitores.

Las tradiciones familiares basadas en la sumisión y el servilismo constituyen uno de los factores determinantes en la pervivencia de la ignorancia y la superstición en muchas zonas rurales de Latinoamérica. Además de retardar el progreso cultural de los pueblos y de frenar cualquier iniciativa que permita la liberación de tabúes personales o colectivos, el pensamiento mágico no favorecerá nunca una perspectiva objetiva, racional y analítica del mundo que nos rodea sino todo lo contrario: una visión cegada por los prejuicios y por la fe que depositamos inconscientemente en las creencias más oscuras de nuestra memoria colectiva.

Su empleo indiscriminado en tribus perdidas entre las cordilleras andinas, en las desérticas llanuras de Chile, o en la impenetrable jungla amazónica, los mantiene sumidos en un estado de parálisis que el hombre blanco ha contribuido siempre a perpetuar en su intento por preservar su insaciable codicia por los enormes recursos naturales que atesora aquella inmensa zona del planeta y por conservar su total hegemonía política y económica. Por eso, Ixcanul se convierte, a la postre, en una suerte de espejo donde se refleja, en su enorme complejidad, el escenario de una realidad continental que, aún hoy, continúa generando largos y sangrientos conflictos que, ni los más solemnes tratados de paz, han sido capaces de sofocar.

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