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Reflexión

El chiringuito socialista

Escribe el columnista Raúl del Pozo que "en España no hay sueños, sino números". Una verdad como un templo, de los que tanto abundan por el territorio nacional. Una de esas afirmaciones que, sentenciosas y cargadas de juicio, merecen estar entre lo mejor del periodismo de opinión de este país porque, tras esas palabras, se oculta la instantánea de una forma de ser y también de presentarse ante el mundo, un modus vivendi que, en cierta manera, define la personalidad de los habitantes de una sociedad como la española. Por ejemplo, aplíquese el dicho a la reciente noticia que alertaba de la comisión de una serie de corruptelas en suelo hispalense a cuento de una plaza adjudicada bajo el único criterio del dedazo. La plaza en cuestión era la de profesora de un Centro de Educación Permanente en el Polígono Sur de Sevilla, recaída en la persona de Anais Moreno Malpartida, a la sazón hija del ex Jefe de la Inspección del ramo en la provincia. La protagonista no estaba, en el momento de la toma de posesión, de ninguno de los requisitos exigibles para acceder al puesto: ni era funcionaria de carrera, ni interina, ni tan siquiera maestra, la condición principal para la provisión de la plaza. Sólo después se supo, mediando el reportaje informativo y los oportunos ceses, que todo obedecía al apaño de unos cuantos cargos directivos dentro de la Consejería de Educación del Gobierno de Andalucía.

Son estos los desmanes, y no la supuesta deriva ideológica, los que han hecho tambalearse al socialismo hispano hasta el punto de hacerlo irreconocible, al menos en el espejo de las doctrinas socialdemócratas clásicas. Este es el verdadero origen del hundimiento socialista y no los últimos episodios vividos en Ferraz. Parece difícil aceptarlo, y me refiero explícitamente a la desafección del electorado hacia las opciones del izquierdismo moderado, pero todo empezará a cambiar cuando se admita que el camino seguido por la socialdemocracia, a lo largo y ancho de la piel de toro, ha estado plagado de arbitrariedades, cuando no de injusticias clamorosas, y en un número, como decía el preclaro comentarista que abría este suelto, cada vez más evidente. Los socialistas, en vez de zafarse de este perverso perfil, lo han perpetuado allí donde era viable, allí donde se veía la posibilidad de optar a un puesto o una sinecura más que seguros. Perdieron el brillo de las ideas y se acomodaron en las poltronas. Los sueños de una sociedad más justa y equitativa, eje de la propuesta de izquierdas, desaparecieron por completo del horizonte de los dirigentes de la formación o, por lo menos, no se supo transmitir por quien debía que el socialismo estaba en una etapa de transición hacia una nueva realidad política. Fue el triste final de una utopía y, quizás, el comienzo de una pesadilla que aún perdura.

El tiempo ha pasado por encima de un partido que se jactaba de representar a la opinión pública española de un modo casi hegemónico, llegando a identificar su propio modo de actuar con los comportamientos del hombre de la calle. Esta pretensión hubiera sido legítima si, en todo momento, hubiera estado sometida al contraste de la reflexión y el debate, lo que por desgracia no ha ocurrido hasta fecha muy tardía. El socavamiento moral al que ha estado expuesto el socialismo español en las dos últimas décadas ha provocado que, precisamente, por su izquierda haya aflorado un movimiento radical que, al amparo de las deslealtades de la socialdemocracia, ha conquistado a los desencantados de un frente ideológico en clara retirada. De haldas o de mangas, los ejemplos de un pensamiento seducido por la corrupción y lo acomodaticio fueron minando la confianza de un electorado hastiado por la extensión del paradigma de la mentira y la falsedad en los principios.

En la actualidad, el desmoronamiento del partido reproduce la distancia que separa al votante de izquierdas de unas componendas que dotaron de un oscuro sentido a la acción del socialismo. El dedazo de la aspirante a docente en el CEP de Sevilla, los famosos ERE y los innumerables casos de corrupción han deslegitimado la utopía socialdemócrata en su lectura hispana. Ni siquiera los lugares más apartados de la geografía se han salvado de la debacle. Vale recordar que, en las islas, el vergonzante affaire de Fundescan aún sigue sin solución para unos trabajadores engañados por un sindicalismo que se postulaba tan socialista como injusto era su trato hacia unos empleados que interiorizaron el mensaje social y redistributivo de la institución. Lo sé de primera mano, por razones familiares, pero eso da igual porque el fondo de la cuestión es la nula concordancia de unas ideas con lo que se predica finalmente. El reverso de la moneda socialista es la sequedad de sus planteamientos más allá de dar soporte a las ambiciones personales de unos cuantos. Es la cruz que ha de sobrellevar el que hoy se identifique como militante de la formación y, por ello tal vez, la fuente de un desconcierto que no ha hecho más que aumentar entre el electorado de siempre, el mismo que se tapa la nariz al introducir su voto en las urnas.

El chiringuito que se montaron en las instituciones, desde la educativa hasta la administrativa, les ha explotado en la cara, y de un modo que, no por avisado, deja de producir estupefacción y pena, al menos para los que, en algún momento, trabaron íntima amistad con las ideas de justicia social y las convirtieron en guía de su vida. Hacia ellos, mis respetos y mis mejores deseos, los que provienen de la esperanza de un liberal confeso por ver una España en paz y concordia, libre de sectarismos y ajena al radicalismo de unos y otros.

(*) Doctor en Historia y Profesor de Filosofía

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