Uno de los mayores problemas que tiene España es su Constitución. Una carta magna, que se supone sancionada por los españoles y que es el marco legal para moverse por las agitadas aguas de las nacionalidades. Un proyecto que nació mermado y casi clausurado, con opción a la interpretación pero no a la reforma. Cuando se trabajó en su redacción, los padres de la nueva patria estaban presionados por un pasado reciente que había sido convulso y traumático.

Desde la figura de la monarquía, a los aspectos de la unidad nacional, nadie se atrevió a plantear una España federal, a sabiendas de que este asunto habría de traer problemas y enfrentamientos, esta vez políticos. La República había dejado el listón muy alto en lo que respecta a derechos y libertades y también a las convicciones políticas de las nacionalidades que la constituían.

Pero entre unos y otros, los que querían un verdadero compromiso con una inmensa mayoría de ciudadanos y los que apostaban por una carta más exclusiva, que dejara en su sitio incoherencias y contradicciones, como por ejemplo, los acuerdos con el Vaticano, institucionalizar la figura del Rey y por consiguiente cerrar las puertas a una nueva república.

De aquellas componendas entre políticos de todos los espacios posibles, centro, derecha e izquierda,- el PCE había sido legalizado recién- salió una constitución a medida de un bipartidismo que es el que hoy padecemos y visionamos con la puesta en escena de la crisis institucional de estos meses para la elección de un presidente y la formación de un gobierno que va a estar atado de pies y manos, una vez empiece a legislatura porque los votos necesarios para tal fin saldrán de un partido dividido y enfrentado así mismo y por consiguiente a su identidad. Los diputados del PSOE que se abstendrán para que gobierne Rajoy lo hacen por disciplina, por respetar jerarquías que hacen más daño que sanan: el ejemplo más reciente es la manifiesta injerencia de Felipe González, que no se atiene a lo que dictó su partido y que cuestionó abiertamente al secretario general y que aún se cree imprescindible, porque estos jóvenes no saben de política de estado ni de que hay que mantener un sistema que está cada vez más viciado.

Y la disciplina de voto, todos a una, se ha roto; pero lo más grave es que lo que de verdad se resiente hasta acomodarse, es la conciencia que lleva a la coherencia y es lo más preciado en la política, no en los chanchullos de restaurante o en los medios de comunicación, donde algunos tienen su verdadero poder de decisión.