Y allá arriba estaba Mariano Rajoy, haciendo chistes, como quería hacerlos desde el pasado diciembre, el hombre tenía prisa de desahogarse, y repitió que lo fundamental, que era mantener sus prodigiosas políticas económicas para consolidar el crecimiento y que se mantenga el ritmo de creación de empleo y demás gaitas galaicas que toca con letal primor el barbado: ni una palabra para los chopocientos mil compromisos adquiridos en el papelote ese que firmó con Ciudadanos, ninguna mención, por supuesto, a algún punto concreto de la agenda canaria que Coalición le sacó -de creer a Ana Oramas- como un traficante de órganos de buenas intenciones le extrae un hígado a un malévolo paciente dormido. Rajoy iba, como siempre, a lo suyo, y lo suyo es su supervivencia indefinida, interminable, inexplicable. Está tan seguro ya de su eternidad -comprobada en dos ocasiones la broncínea estupidez de las izquierdas españolas- que hasta puede bromear con los SMS que envió a Luis Bárcenas. Con dos cajones: uno para poner la tele y el otro para depositar el Marca. Lamentablemente es lo que ocurre siempre cinco minutos antes de sufrir un colapso: te crees invulnerable. En apenas año y medio una moción de censura se lo llevará por delante.

El perfecto contrapunto fue, por supuesto, Pablo Iglesias. Pero cómo se quieren y se necesitan estos dos hombres, entre los cuales existe una atracción mutua y hasta una unión de destino en lo universal que ríete tú de los protagonistas de Brokeback Mountain. Se necesitan de verdad y, por otro lado, saben que uno jamás le podrá quitar la mayor parte de los votos al otro y viceversa. ¿Qué es Pablo Iglesias? Un talentudo oportunista convencido de que un Podemos al que le crezca la papada en los escaños y que se deje socialdemocratizar su alma contestataria está condenado a la irrelevancia. Hace falta conflicto, hace falta cabreo, hace falta miedo -no el miedo de las oligarquías, sino el miedo y la desesperación de la mayoría de los ciudadanos, que es lo que Iglesias cultiva y mima- para seguir creciendo, es imprescindible, a ver si los errejonistas lo entienden alguna vez, que nadie, dentro o fuera del PP, crea que vamos a sustituir al PSOE y luego a almorzar a Horcher. Principal promotor de la iniciativa de rodear el Congreso de los Diputados para denunciar un aterrador golpe de Estado del que nadie se ha enterado dentro o fuera de España, Iglesias, sin embargo, apenas lo aludió, pero enseñó su dentadura al afirmar que la Cámara Baja estaba llena de "delincuentes en potencia". Curioso concepto. Delincuentes en potencia somos todos, pero solo una mirada privilegiada, como la de nuestro Amado Líder, es capaz de distinguirlos antes de que cometan ningún delito. Y si protestan y se remueven en sus escaños, señorías, queda confirmado que son delincuentes y nada más que delincuentes. Esa es la muy soberana mierda del discurso de Iglesias y sus satélites que han transparentado sus convicciones: si no se vota lo que yo quiero alguna conspiración fascista o mafiosa está cerca. Muy cerca.

Todo lo demás son las tartamudeces de Hernando, las sandeces de nacionalistas tildando de fascistas a los diputados del PSOE, Rajoy haciendo más chistes sobre sí mismo como ganador imposible. Que sepan los que se queden en este país que lo hacen bajo su exclusiva responsabilidad.