Las cosas bellas escritas con talento quedan dentro de nosotros, como una música obsesionante que no podemos concretar y tararear pero casi nunca nos abandona. Solo los hombres con talento tienen el recuerdo confuso de notas y verdades que nunca conocieron. El talento es la memoria que acerca a esos individuos a esa música confusa y algo lejana y así conseguir oírla clara.

En otros tiempos la ciudadanía se segmentaba en tres partes o estados con distintos derechos y deberes. La aristocracia de hoy, entendido el término como los diferentes, la integran los lectores de oficio. Forman un mundo nada interconectado pero tocado por el dedo de la excelencia. No estoy entre ellos pero me interesa el colectivo.

Formarse en la lectura comporta sucesión y herencia. Goethe gustaba decir que el hombre a diferencia del resto de los seres vivos no solo es sucesor sino también heredero. A la lectura sucede algo similar, una lectura es o puede ser sucesora de otra y además posiblemente sea su heredera.

La primera pregunta que cabe hacerse es cuándo leer. A esto contestó el Sr. de Montaigne cuando afirmó que nada hacía sin alegría. Leía mientras tanto y cerraba el libro cuando no le procuraba ese estado de ánimo.

La segunda pregunta es cuánto tiempo leer. Y a esto contestó Edgar Allan Poe que afirmaba que la unidad de impresión debe ser una sesión de lectura. Cualquier interrupción desnaturaliza lo excelso de la lectura.

Como observamos en estos dos gigantes, ambos tenían un concepto muy peculiar del oficio. Para contestar si el oficio de escribir es trabajo o placer veamos lo que decían Faulkner o Mark Twain.

Al director de la revista Forum Faulkner dio su currículum, y manifestó que después de ser piloto y tirar el avión o trabajar en correos y abrir las cartas un día conoció a Sherwood Anderson y se dijo a sus 32 años: "¿Por qué no escribir novelas? A lo mejor no tengo que trabajar". En su currículum ponía que poseía una máquina de escribir que él mismo utilizaba.

Mark Twain en su Huck Finn hace a su personaje impresor de oficio, decir que trabaja algo en específicos soy actor teatro y de tragedia. Hago hipnotismo y frenología, enseño canto y geografía en la escuela, doy conferencias a veces, cualquier cosa mientras no sea trabajar.

Después de esta introducción conviene ir directo a los nombres propios. A buscar donde están los autores troncales y donde la literatura excepcional. Anatole France decía que Tolstoi era el maestro de todos ellos. Si asumimos esa tesis todo empezaría leyendo a Tolstoi. Fue mi profesor de filosofía en PREU, Arturo Sarmiento quién nos advirtió que tarde o temprano nos separaríamos en dos grupos o dos estados, bastantes diferenciados y reconocibles. Y recomendó para el trámite iniciático, leer "el nacimiento de una contracultura" del profesor Theodore Roszak de actualidad cuando arrancaba la década de los setenta .

Yo hice caso a Don Arturo pero ese libro no fue el punto de partida de nada, tuve que esperar a encontrarme con Borges. Ese fue el beso de Kundry. Esperé hasta encontrarme a Borges como maestro de pensamiento y el hombre que debía señalar el camino. El tutor que nunca tuve. Borges releía el diccionario de la filosofía de Mauthner, a Schopenhauer y la Historia de la Guerra Mundial de B.H. Liddell Hart.

Sabemos que los libros más tachados de Borges, lo que alguno dicen que es leer con el lápiz, fueron la Historia biográfica de la filosofía, de Lewes o La vida de Samuel Johnson de Boswell.

Dos obras eran principales según Borges, una oriental, la Biblia, y la otra occidental que era la de Dante. Y dos estrellas polares Cervantes y Shakespeare.

Leía a Thomas De Quincey, a Tomas Carlyle y a Chesterton, desdeñaba lo andaluz , el cante hondo y los toros. Llamo a Lorca andaluz profesional. Para ir al baño decía "voy a darle la mano a monseñor provocando a la señora que le reprendía, al obispo no se le da la mano, se le besa el anillo. En el arte de injuriar decía su esposa, caballero, con el pretexto de trabajar en un lupanar, vende géneros de contrabando. Y detestaba a aquellos que viven de ocurrencias y a los que rara vez se les ocurre nada.

Borges decía tener una innata desconfianza a lo afirmativo, a las certezas. Prefería inclinarse a las dudas y a las perplejidades. La perplejidad en el hombre creía que era el índice de su sabiduría.

No me sirve ahora hablar de tigres, espejos o cuchillos, hoy me parecen tópicos. Debemos atacar el tema de la biblioteca.

Entrar en una biblioteca, decía Borges, es entrar en un espacio donde están encantados todos los grandes espíritus de la humanidad. La especie humana perecerá pero la biblioteca-sabiduría perdurará. En 2002 fue inaugurada la nueva Biblioteca de Alejandría .Veinte años después de la muerte del escritor argentino Jorge Luis Borges, en junio de 2006, en la nueva Biblioteca de Alejandría se le rindió un homenaje. Borges había escrito uno de los cuentos más enigmáticos y fascinantes sobre esta aspiración de totalidad -y su imposibilidad- que guarda toda Biblioteca: "La Biblioteca de Babel". El cuento se inicia con una semejanza: "El universo (que otros llaman Biblioteca...)". Sobre esta semejanza, el narrador-bibliotecario relata minuciosamente los principios y posibilidades de eternidad de una biblioteca ". Borges en estado puro.

Los personajes de Borges son antológicos: Funes el memorioso, incapaz de olvidar, tampoco puede dormir. No dormir es lo mismo que no poder olvidar. El que tiene buena memoria no recuerda nada porque no olvida nada.

Otro personaje era el guapo que no era un rufián, ni un salteador. Evaristo Carriego era el guapo, cargoso , cultor del coraje, calculista. En el mejor de los casos un estoico, en el peor un profesional del barullo, veterano de ganar sin pelear. Ganador a pura presencia

Borges sabía que Marx, el hombre más influyente de los dos últimos siglos, leía a Homero, Cervantes, Shakespeare, Balzac, Dickens y Goethe.

Pero en sus seminarios imaginarios ordenaba leer a Flaubert y a Proust, a Faulkner y al realismo romántico de Dickens, Balzac y Dostoievski. Y claro, a Joyce. Ese creo era su rastro de sucesión y herencia.

Señalaba a Flaubert porque inventó la novela moderna que contraponiéndose a la clásica hace al narrador culpable y autoconsecuente. En la novela moderna el narrador se hace invisible, y Flaubert no lo suprime sino que lo hace astuto o tramposo, diseminado en la narración. Pasa a ser el más ambiguo personaje que crea el autor. Con Flaubert el narrador es consciente y recuerda al lector que los personajes no son libres, que todo es un juego, que todo está decidido.

Señalaba a Balzac porque hizo la Comedia Humana y una galería de personajes inigualable. Un cosmos social. Terminamos la lectura pensando que nosotros también estábamos allí. Jules Romain compitió en las 10.000 páginas de "los hombres de buena voluntad "con Balzac. Sin calidad. Nadie sintió haber estado allí.

Proust porque practica una fórmula nueva: el narrador cuenta porque recuerda (cree que recuerda), historias olvidadas o que cree olvidadas. Las cosas no son como son sino cómo se las recuerda. Hay que olvidar para recordando revivir. Las cosas y seres mueren solo cuando se extinguen los recuerdos al estilo Proust. Nabokov llamaba a su gran obra, el cuento de hadas de Proust

Joyce postula que es difícil de captar el tiempo perdido pero más escapista es el instante presente que causa la tristeza humana. La diferencia entre poesía y novela desaparece en Joyce. En su obra el elemento central es el lenguaje. Sus personajes son juegos de palabras.

Si pasamos de escritores a literatura y si tengo una literatura preferida, esta es la rusa por la galería de personajes que hace circular. En la Rusia déspota el escritor sin libertad cargaba con el peso de la responsabilidad moral y social.

A partir de Pushkin -claridad- y Gógol -ironía-, aparecen los personajes de Chulkaturin, "muriéndome dejo de ser superfluo", Oblomov el hombre sobrante más allá del cual se desarticula el personaje y que renuncia a vivir para no dejar de soñar. O Pechorin, otro héroe de nuestro tiempo superfluo. O Chichikov, comprador de almas nuevas.

El hombre superfluo es presente en toda la literatura rusa aunque tenga un texto canónico, el diario de un hombre superfluo de Turguénev, texto corto pero cargado de sentencias : "ya que hay que morir que sea en primavera"," aunque sea ridículo empezar un diario dos semanas antes de morir"," solo una vez la vi del todo tranquila , en el ataúd" ," superfluo nada más un excedente" ," es evidente que la naturaleza no contaba con mi aparición y por eso me trató como un huésped no esperado ni invitado", "al morir, al destruirme dejo de ser superfluo"," está bien desprenderse de la conciencia abrumadora de la vida".

Tras de todo esto siempre está el nihilismo que no conoce ninguna autoridad, ni principio alguno, desarticula el lenguaje y pierde el pensamiento.

El mes pasado le dieron el nobel de literatura a Bob Dylan. Hemos hablado o yo al menos he dicho todo lo que se me ocurre y solo han aparecido dos nombres de nobeles, que en mi escrito son personajes catálisis: Faulkner y Anatole France. Cierto es que cuando empieza a concederse este premio ya no estaban en esta vida buena parte de la galería de escritores referidos.