Desde hace cuatro meses vengo peregrinando por consultorios médicos, ambulatorios, salas de urgencia, hospitales comarcales, generales, públicos, privados y concertados, en diferentes Islas del Archipiélago donde vivo desde hace más de cincuenta años. Iba en busca de salud para mi agotado corazón, que ya me había avisado un par de meses antes que se encontraba en fase de debilidad.

Todo empezó en un centro de análisis cardiovascular, donde el diagnóstico de dos experimentados, aunque jóvenes, cardiólogos era inapelable: el corazón, la bomba biológica que distribuye la vida por nuestro cuerpo a través de una compleja red de tuberías, unas grandes, otras pequeñas, otras microscópicas, estaba necesitado de una reparación en profundidad, y el magnífico Hospital José Molina Orosa de Lanzarote que atiende a los habitantes de la Isla donde resido, no estaba dotado de los medios técnicos ni profesionales suficientes para la delicada intervención a la que debía ser sometido mi deteriorado corazón; había que trasladar el problema y al paciente al Gran Hospital Regional, que estaba ubicado en una de las Islas Capitalinas del Archipiélago, y que, de muy reciente construcción, estaba dotado de los últimos adelantos en tratamiento de enfermedades difíciles y cirugías extremas.

El traslado hasta la Isla Mayor no era problema; una buena red de transporte aeronáutico, mantiene unidas las Islas y a sus habitantes; e incluso para casos urgentes se dispone de aviones y helicópteros medicalizados.

Ingresado en el Gran Hospital, inmediatamente una serie de programadas actuaciones define y dispone las pautas a seguir para el tratamiento de mi insuficiencia cardíaca, cuyo primer paso supone la limpieza de las grandes arterias coronarias que relacionan el corazón con los diferentes tejidos que deben ser regados por la sangre. Para ello me espera un quirófano que por su media luz, pantallas, cables, cierto frío, no sé si externo o mío, personas que se vislumbran de azul, me recuerda aquellas escenas de una película de los años setenta relatando unas batallas intergalácticas, "La guerra de las galaxias" creo recordar, donde a un herido combatiente, un "robot" le restituye una mano mediante cirugía de altísimo nivel.

Han pasado cincuenta años y al entrar en esta sala quirúrgica, todo me recuerda aquellas escenas. ¡Hemos llegado al futuro!

Y allí me esperaban para acometer la difícil operación de limpieza de mis arterias,- cateterismo creo que la llaman,- un equipo de profesionales de la medicina, jóvenes pero expertos, con fácil relación con el paciente, lo que hace más asequible el trance para el sujeto pasivo de la operación ; un suave pinchazo, como el de un mosquito, que me explica uno de ellos es una anestesia de bajo nivel, me traslada a un limbo de semi inconsciencia en el que no siento dolor alguno, pero me permite seguir las conversaciones entre ellos e incluso conmigo mismo.

No describiré la operación, pues no llego al nivel de otros pacientes que pueden seguir, mediante las pantallas de Tv, el delicado trabajo de los doctores; pero al cabo de muy poco tiempo, o a mi así me lo ha parecido, me trasladan fuera del quirófano, me instalan directamente en la cama de mi habitación y el doctor que me ha practicado la intervención me informa del éxito de la operación con unas arterias limpias y renovadas.

Pero no todo son buenas noticias; una válvula de mi corazón se ha estrechado con el uso y el tiempo transcurrido, setenta y cinco años, y debe ser intervenida para asegurar el buen funcionamiento del sistema cardiovascular; la intervención debe acometerla otro equipo de cirujanos especialistas en esta clase de trastornos y que actúa en un hospital de la otra Isla Mayor del Archipiélago. Tras unos días de vigilancia en el gran Hospital Regional, y unas semanas de descanso en casa de un familiar, soy citado al Hospital para esta nueva intervención.

El Hospital, situado en una gran avenida de la otrora capital del Archipiélago, es un pequeño centro sanitario, de iniciativa privada aunque concertado con los servicios sanitarios del Estado, razón por la que puedo ser intervenido en este pequeño, pero coqueto, hospital urbano sin costo a mi cargo.

La intervención, mucho más delicada que la primera, conlleva una paralela exquisita preparación, transcurrida la cual, me trasladan a otro quirófano, de análogas características al primero, donde, después de recostarme en la mesa de operaciones, un amable doctor me informa que es el anestesista y que me va a poner una inyección para ?.. no recuerdo más. Mi primera percepción de vitalidad es la de mi mujer y mis hijos que me informan que todo ha salido bien? por lo visto tras cuatro horas de trabajo a corazón abierto por parte del equipo de cardiología del hospital.

El postoperatorio es tan delicado como la preparación, debe evitarse cualquier infección por pequeña que sea. Por ello otros ocho días debo permanecer en el hospital sujeto a un estricto plan de recuperación; transcurrido el cual, sin problemas, se me da el alta hospitalaria, con los oportunos consejos y medicinas para un mes, que se supone debo permanecer bajo estricto control médico, que he llevado a cabo en la Isla donde resido a través del Hospital comarcal.

Es necesario recalcar que, aunque los gastos de intervención y estancia, en todos los centros hospitalarios donde he sido atendido, no me han sido demandados, ello no quiere decir que los costos no existan. El mantenimiento de la extensa, en cantidad y sobre todo en calidad, red de sanidad pública y/o concertada, es subvenido por los presupuestos generales del Estado, que a su vez se nutren de los impuestos que todos pagamos, o al menos deberíamos pagar.

Por ello, cuando uno se ve atendido en estos centros hospitalarios donde la profesionalidad de los sanitarios a su cargo, solo es superada por su trato exquisito, uno debe reconocer, en primer lugar, que, a la vista de la experiencia adquirida durante estos meses, pocos recortes, si es que los ha habido, se han realizado en el sistema nacional de salud; en segundo lugar debe uno pensar que cuando se critica, abierta, y a veces cruelmente, al sistema sanitario, las personas que así actúan, pocas o ninguna vez han pasado por alguno de estos centros sanitarios. Y los que gozamos, es una adecuada definición?, de sus adelantos y magnífico trato, pocas veces también, o nunca, hacemos elogios de ello.

Por ello, y al volver a la vida normal, tras las intervenciones superadas, me veo en el deber, que cumplo con justicia, de proclamar las bondades del sistema nacional de salud, gracias al buen hacer de los administradores y a la excelencia profesional de los médicos y ATS que atienden estos magníficos centros públicos, privados o concertados. Y al mismo tiempo he de maldecir a aquellos conciudadanos que con hipócrita actuación ocultan sus fortunas o defraudan al fisco, impidiendo que otros compatriotas sean más rápidamente atendidos en los centros nacionales de salud.

Y queda la situación del que ha regresado, cual otro Lázaro del siglo XXI, a una vida casi normal? Piensa uno que se ha saltado las leyes naturales, al añadir un tiempo nuevo al que, por naturaleza, le debía corresponder. Por otra parte, ¿es moralmente justo asumir esta nueva vida sin poder compensar a la sociedad?

Porque una vez entrados en la senectud, la posibilidad de trabajar en algo positivo para la colectividad es muy limitada. Se puede aducir que la prolongación de vida recibida es un premio a cerca de cincuenta años de trabajo, durante los cuales se ha procurado dar lo mejor de uno mismo e incluso se ha hecho un bajo consumo de la Seguridad Social.

Bien, puede ser. Pero algo hay que ingeniar para seguir siendo útil a los demás en esta vida prolongada.