Expresión irónica por la que se hace notar -con cierta subrepción en el lenguaje- la cualidad negativa o la mala reputación o fama de la que viene precedida una persona. Se usa como una alegoría cargada de sutil, pero mordaz ironía, en lugar de invocar abiertamente la imagen negativa o aludir con desprecio a tales cualidades de manera directa, por lo que se recurre a esta especie de eufemismo.

El negativismo argumental toma la forma -habitual en el idiolecto pancanario- de metáfora construida con elementos simples del mundo rural que le es propio o familiar al hablante, dotándole de toda la carga del sarcasmo que despacha con retintín socarrón y que traslada con befa, pero con simpatía. El isleño sabe cuán preciadas son las crías de un buen casar (o casal) de palomas o de canarios del monte, o cualquier otro animal de cría doméstica.

Por ello, al entonar la frase le da ese ingenioso toque de humor y socarronería que sólo el canario sabe dar, y que no puede menos que arrancar una sonrisa en el oyente neutral. Como si asintiera, sin hacerlo, y haciendo finta de mostrar su interés en quedarse con algún ejemplar de la camada, descendencia de tan preciado espécimen. (En tanto que comparte la visión cognitiva y pedagógica de aquel: 'de tal palo tal astilla', para reafirmar que de la persona ruin no puede salir nada bueno o de provecho).

El interlocutor, por su parte, percibe y entiende perfectamente el sentido irónico de la expresión y el mensaje enquistado en ella como una pulla.

La versatilidad de la fórmula es tal que se adapta con acierto a las más diversas situaciones. Ya sea cuando alguien se jacta con altanería o con presunción de algo o de algún personaje o logro alcanzado por este, o se tiene conocimiento de un suceso protagonizado por una persona ya conocida por sus andanzas y precedentes. Del silencio desdeñoso que sigue al comentario, surge demoledora la respuesta, con ese deje tan particular de nuestra tierra: 'Sí, sí? ¡guárdame una cría!'