Con motivo de la celebración de hoy al sábado de las Segundas Jornadas Científicas sobre los Abusos Sexuales en la Infancia, promovidas por la Fundación Centro de Orientación Familiar de Canarias, comenzaré aclarando lo que se entiende por tales abusos:

Se refiere a toda actuación de contenido e intención sexual sobre la persona de un menor de edad (dieciocho años) por parte de un adulto, familiar o no, generalmente conocido y de confianza para la víctima. En ocasiones el agresor es también menor de edad. Es habitual que ocurra una asimetría de poder en la relación entre ambos (no sólo en cuanto a la edad, sino a la jerarquía, el sexo?), sirviéndose entonces de la posibilidad de la coacción, la manipulación e incluso la agresión para tratar de ocultar el delito. Digamos además que este tipo de episodios puede suceder con o sin contacto físico, y abarca desde provocaciones verbales hasta violencia. Por último, no existe un único tipo de víctimas. Podrá ser tal cualquier menor sin importar su cultura, religión o estrato social. Esto en líneas generales. Entre las medidas concretas de prevención, hay que aclarar desde el principio que no existe una única fórmula que resulte infalible. "Nadie tiene derecho a tocarte". Así de explícito y rotundo. Y así de sencillo. Sin olvidar que lo que vale para el niño sirve también para el adulto. A nuestros hijos hay que dejarles hablar. Invitarles a hacerlo, sin forzar, sin inducirles a dar una respuesta. Y hablarles claro, también. ¿Son conscientes de que su cuerpo les pertenece por entero? Debemos hacerles notar que, del mismo modo que nadie más que ellos mismos tiene derecho a disponer de su cuerpo, esa prerrogativa asiste al resto. ¿Han oído hablar de estos temas antes? ¿Les ha ocurrido algo similar alguna vez? Y de no ser el caso, ¿qué harían si sucediese? ¿Son conscientes de que los abusadores utilizarán premios y engaños, e incluso amenazas para obligarles a cumplir sus exigencias? Asimismo, tenemos la obligación de estar al tanto de la identidad de las personas que pasan tiempo con ellos, sean adultos o menores: compañeros de clase, amigos, profesores, entrenadores deportivos? En este sentido, es nuestra responsabilidad escoger con exquisito cuidado a aquellas personas a las que asignaremos el papel de cuidadores, así como dejar bien claros los límites físicos y psicológicos de la relación con el menor (ya se trate de un familiar o un asistente profesional). Y esto porque existe la posibilidad del maltrato verbal, la intimidación y la coacción por medios más sutiles que el contacto.

Debemos, en suma, mantenernos involucrados en la vida del niño, sostener un papel y una presencia activos en ella. Podemos, por ejemplo, preguntarles qué han hecho durante el día, con quién han estado, qué comieron, a qué jugaron; enterarnos de con quién van a la escuela, quiénes son sus compañeros, así como interesarnos por conocer a los padres de estos últimos; tener presente, en suma, a la práctica totalidad de quienes entran en contacto con nuestros hijos mientras no estamos con ellos. Debemos dejarles claro que pueden hablar con nosotros, siempre que lo necesiten, con absoluta libertad, sin riesgo de ser castigados o criticados por nuestra parte sea cual sea el contenido de su experiencia.

(*) Psicólogo del Centro de Orientación familiar de Canarias