No hace mucho que en un veterano programa de misterio y gran audiencia se habló de fenómenos raros que venían ocurriendo en las dependencias ruinosas de un edificio que, en su tiempo, jugó un gran papel como casa de acogida para niños nacidos de familias pobres, numerosas, hijos de madres solteras que "habían tenido un resbalón" o se dedicaban al oficio más viejo del mundo. Algún testigo, entrevistado para el programa, manifestó escuchar llantos y ver sombras que se traslucían entre los pasillos y cuartos vacíos. Sin dejar de creer en lo que cada uno ve, escucha o siente en sus "acá dentros", resulta curioso que fenómenos como estos, siempre suelen ocurrir de noche, nunca a luz del día y no son llamados a declarar los que transitaron por el lugar o tuvieron el mismo turno en las mismas horas de oscuro y sombras y nunca escucharon nada. La Casa del niño fue una institución de la capital grancanaria creada en los años cuarenta gracias a la bonhomía del Conde de la Vega Grande. Los que estuvieron internos en la casa, en los últimos tiempos pasto del saqueo, fumadero nocturno y mural preferido de grafiteros diurnos, cuentan y no acaban de los malos tratos que dicen haber sufrido por parte cuidadores y monjas que siempre tenían algo con que golpear escondido debajo del delantal o amarrado al jato. Los miraban con conmiseración quienes los veían pasear, con sus babis de color gris, muchos de ellos pelados al cero, al paso que les marcaba la monja, en fila india o de dos en dos. Vivo retrato de tiempos oscuros, carencia y olvido de la posguerra en las islas y que, sin embargo, gracias a internados como estos muchos niños y niñas se libraron del hambre y aprendieron un oficio. Nada nuevo en la manera de tratar a la infancia por las instituciones en diferentes épocas de la historia. Oliver Twist, el protagonista de la novela de Charles Dickens, es uno más de un montón de niños que pululaban, entre desperdicios por Londres, peleándose por un mendrugo de pan y una manzana podrida. El inmortal Cervantes describe en sus Novelas ejemplares la andadura de los ladronzuelos Rinconete y Cortadillo por la calles de Sevilla del siglo XV. En 1950, Luis Buñuel, en la película Los olvidados describe un panorama típico de desnutrición y pobreza infantil en los años de la posguerra civil española.

No fue hasta la Ilustración cuando los derechos del niño a la educación y protección debida es reivindicado por escritores como Rousseau que, pese a que internó a sus hijos en un orfanato con la disculpa que no le dejaban concentrarse y escribir en paz, reivindicó un mejor trato a la infancia. La escritora y maestra sueca Ellen Kelly escribió, en los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, un largo tratado sobre la educación del niño de forma que no se perdiera ningún posible talento que todo niño lleva dentro. Produjo tanto impacto que intelectuales y políticos europeos adelantados de la época dieron en llamar al siglo XX, que empezaba cuando la escritora publicó la mayor parte de su obra, "el siglo del niño". Años más tarde, en 1927, la escritora chilena Gabriela Mistral, en un documento titulado Los derechos del niño, posiblemente inspirada en "Grandes esperanzas" de Charles Dickens y nacida de una preocupación institucional y social por la infancia, hablaba de "una esperanza llena de fuerza y de misterio a las colectividades caducas". Fruto o consecuencia de siglos de despojos e infamias contra una infancia olvidada la ONU, en 1959, aprobó la Declaración de los derechos del niño. Después de años de debate que retrataba las dudas y negativas de países en los que la esperanza de sus niños en un futuro mejor tenía peor pronóstico que la de los chiquillos de Dickens o los mocosos que pintaba el pin-tor Murillo en sus cuadros, la Asamblea General de las Naciones Unidas, lo ratifica el 20 de noviembre de 1989 y entra en vigor el 2 de Septiembre de 1990. Pero los derechos proclamados por la ONU y la esperanza a la que se refería Mistral se ven, hoy día, una y otra vez cercenados, cuando, según UNICEF son más de 1 millón y medio de niñas y niñas están sometidos, en el mundo, al comercio y prostitución infantil, 300.000 se ven obligados a empuñar un arma para matar en guerras, la mayoría sin saber por qué y 165 millones de niños y adolescentes son explotados en el trabajo infantil.

Diversas organizaciones sociales de las de las Islas Canarias coinciden y alertan de que un gran número de los 130.000 niños pobres que, se calcula, existen en Canarias no desayunan en casa antes de asistir a la escuela. No hace falta la alarma que provocan las estadísticas para tener la piel sensible ante lo que más de uno puede comprobar in situ. En un restaurante de comida rápida del centro de Lima dos niños se abalanzaron sobre las sobras de mi bandeja con una pregunta mez-cla de educación e ignominia que se me dejó grabada para siempre: "¿Terminó, señor?" En un paseo por unos arrabales del gran Buenos Aires llamados villas los pibes juegan al fútbol en ho-ras que deberían estar en la escuela. Los entendidos dicen que se trata del caldo de cultivo para que, no muy tarde, se conviertan en "chorros", o sea delincuentes. Y para no ser prolijo, a un tiro de piedra de una de las grandes favelas de Río de Janeiro, una madre duerme con cuatro niños sobre cartones al socaire del vuelo de un rascacielos, bajo un fuerte aguacero, a menos de 30 metros de un hotel de cuatro estrellas en donde me dispongo a cenar. No fui capaz de zafarme del complejo de culpa y mala conciencia que me acompañó, entre plato y plato, ni siquiera con la copa de caipiriña a la que invitó la casa después de los postres. Corola-rio: la globalización también maltrata a la Infancia. Queda mucho camino por recorrer, en protección y derechos de los más chicos después del aquel 20 de noviembre de 1989.

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