Oxford Dictionaries ha elegido post-truth, traducida aquí como postverdad, como expresión del año, y la define como un adjetivo que "refiere o denota circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a las creencias personales". Es probable que la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos haya pesado en la decisión.

Según la entrada en el propio diccionario, post-truth fue usado por primera vez en el sentido definido en un artículo de 1992 del dramaturgo Steve Tesich, quien, en referencia al escándalo Irán-Contra y la guerra del Golfo, escribió: "nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en un mundo postverdad" ("in some post-truth world").

Cabe sin embargo proponer alguna objeción al entusiasmo con que el término ha sido adoptado para definir la situación presente, en la que apelar a amenazas imaginarias y a emociones básicas crea el caldo de cultivo para el ascenso político de quienes ofrecen soluciones tan fáciles como falsas (en tanto que fáciles son creídas, mientras que demostrar su falsedad requiere conocimiento especializado). Como si en tiempos pasados, tanto lejanos como recientes, tal situación no se estuviera dando de forma constante.

Si hablamos de una era de postverdad estamos dando por hecho que antes la verdad objetiva presidía la toma de decisiones de la opinión pública, lo cual es más que discutible. Más cierto seria tal vez señalar que los medios de comunicación tradicionales han perdido el monopolio en la transmisión de "los llamamientos a la emoción y a las creencias personales" y han visto como las redes permitían a los propagandistas establecer un puente directo con los electores.

Los medios realmente serios, que dedican grandes esfuerzos en comprobar la veracidad de lo que cuentan, se llevan las manos a la cabeza contemplando cómo ser esparcen por la red falsas noticias cuya credibilidad atenta contra el sentido común. Pero antes de la revolución digital las patrañas también circulaban profusamente y, además, muchos de los medios serios transmitían, sabiéndolo o no, grandes mentiras fabricadas por los poderes político y económico ("lean mis labios"). Por no hablar de la tendencia a dar por bueno todo lo que salga de las autoridades religiosas ­propias de cada sociedad.

¿O acaso antes de 1992 todo lo que se publicó en los grandes medios estadounidenses fue la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? Que de vez en cuando se descubrieran algunos engaños del poder no impide sospechar que muchos otros hayan continuado impunes. Y si hoy lo digital permite que haya más voces lanzando peligrosas falsedades, también acoge a otras que combaten la mentira y ponen las cosas en su sitio.

Ciertamente, en medio del griterío podemos echar de menos una voz de autoridad que nos tranquilice ejerciendo el papel de gran referencia, pero puestos a elegir, el guirigay sin concierto ni solista es preferible a la voz única que sonaba por las radios y los altavoces de Alemania en tiempos de Joseph Goebels.