Supe de la existencia de este hombre hace casi tres décadas, en su ciudad, Nueva York, concretamente en un taxi. El taxista, un hombre joven y dicharachero, dijo que el amo de la ciudad era Trump. Al preguntar quién era ese Trump, vino a decir lo mismo, o sea: el amo de la ciudad. No recuerdo más de la letra, pero la música, o sea, la actitud desde la que el taxista decía aquello, su punto de vista "tonal" sobre el personaje, me quedó grabada, y no porque el tono fuera nítido, sino por su ambivalencia. Desde luego no encajaba con nuestro proverbial odio al poderoso. En el tono había suspicacia y temor difusos, pero también un punto de admiración. Era como señalar con el dedo uno de los grandes monumentos de la ciudad, sin entrar en si era hermoso, anodino u horrendo. Claramente, allí estaban ya hechos a venerar a los que subían muy alto, como los rascacielos.