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En voz alta

20 de noviembre: Día Universal del Niño

No hay causa que merezca más alta prioridad que la protección y el desarrollo del niño, de quién dependen la supervivencia, la estabilidad y el progreso de todas las nacio-nes y, de hecho, de la civiliza- ción humana" (Plan de Acción de la Cumbre Mundial a favor de la infancia, 30 de septiembre de 1990).

Hoy celebramos que hace ya 27 años que la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó el que sería el texto final de la Convención sobre los Derechos del Niño, texto que se convirtió en ley de obligado cumplimiento para todos los estados firmantes y que ha supuesto un acuerdo fundamental para la defensa y promoción de los derechos de la infancia.

A nivel legal fue un hito por lo que supuso de reconocimien-to sobre los derechos humanos de la infancia y, a nivel práctico, porque por fin se contaba con un instrumento que orientaría sobre todos los aspectos más importantes en la vida y desarrollo de esta.

Veintisiete años es tiempo suficiente para repasar algunos de los logros obtenidos y sobre los desafíos que aún quedan pendientes. Entre los primeros podríamos hablar del descenso de la mortalidad infantil en menores de 5 años que desde 1990 ha supuesto un nada despreciable 53% o los índices de mortalidad materna que también están disminuyendo. Sobre lo segundo, el mayor de los desafíos es enfrentarnos a un mundo dónde el acceso igualitario de los recursos es bastante dispar y desigual.

Venir al mundo en según qué lugar y circunstancias condiciona el destino de un niño para toda su vida y, a veces, sus posibi- lidades de sobrevivir y tener acceso a todos sus derechos. Las madres y los recién nacidos de los hogares más pobres tienen menos probabilidades de recibir las atenciones necesarias y se ven expuestos a mayores ries- gos que, en muchos casos, pueden suponer la muerte de uno de los dos.

Pero esto no ocurre solamente en países en desarrollo. Aunque parezca impensable, existen aún situaciones en países desarrollados en los que factores como el nivel de ingresos, el nivel educativo de la madre y el lugar de nacimiento continúan determinando las posibilidades de los niños de sobrevivir los 5 años.

La agenda 2030 se vislumbra como una agenda ambiciosa que pone encima muchos desafíos para todos los países que la han suscrito y que, por tanto, deben aplicarla. Pero esta no debería ser considerada como un obstáculo insalvable sino como una oportunidad de superación hacia un mundo más justo e igualitario. En ella se incluyen muchos de los objetivos que tienen que ver con el bienestar de la infancia: salud, educación, igualdad de género, lucha contra la pobreza.

La infancia debe ser una prioridad en muchas de las decisiones que se tomen sobre lo que les afecta directa o indirectamente. Más que nunca, debemos reconocer que el desarrollo es solamente sostenible si lo pueden llevar a cabo las generaciones futuras. Cambiar el destino de muchos niños y niñas que podrían estar abocados a una realidad injusta es posible si se toman las decisiones correctas. Esto se traducirá en una sociedad con más riqueza en todos los sentidos.

Soñar con un mundo mejor debería inspirar nuestro deseo de cambiar las cosas y contribuir para que esto sea posible. Los niños y niñas lo merecen y nosotros deberíamos ser capaces de garantizarlo.

(*) Abogada. Presidenta de Charter100 Gran Canaria

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