La casa era una olla a presión. La habitaba un hombre con problemas con el alcohol y una mujer que tuvo la suerte de no sentirse atraída por la botella que de no contrario sabe Dios qué habría sido de ella. Sus amigos veían cómo cada vez él tenía más poder y ella vivía atemorizada por su violencia verbal. Después de nueve años de mentiras la ruptura solo dependía de cuál de los dos daría el portazo. Ella, mujer lista, sabía el final que le esperaba pero interiorizó aquello de "si lo dejo, se muere". Lo conoció borracho y vivió con él borracho. Normalizó la situación. Los suyos le detallaban que el futuro que le esperaba era un infierno. Pero no era amor, era adicción. Cuando los amigos abordaban el problema, es decir, dejarle, seguir su vida, se contrariaba. "No podré vivir sin él", reconoció. No era un mal hombre pero estaba enfermo. Un día alguien la avisó. "Tu coche lleva dos días en una acera de Agaete". Imposible, dijo. Era cierto. Estaba allí con una persona dormida en su interior. Era él. Los amigos la presionaron para hacerle ver que de un grave accidente ella sería la única responsable. Estaba a su nombre. Poco a poco fue tomando consciencia de que tenía que huir, armarse de valor pero sin que él la viera. Tenía miedo a sus arranques. Buscó ayuda profesional y le dieron unas pautas para ser capaz de largarse y no volver. Sus amigos aparcaron dos coches en la puerta y arrancaron con las pertenencias de la amiga. Para ella uno de los ejercicios más dolorosos fue sacar la última bolsa, volver sobre sus pasos y meter la llave en el buzón. Adiós.

Se llevaban 17 años. Ella tenía 45 y una vida sometida, infeliz. La advirtieron. "No te llamará más, está deseando quedarse solo para ahogarse en las copas". Y así fue. Jamás hablaron. Ella recompuso su vida, él siguió atrapado en su laberinto etílico. Tuvo de todo pero de aquello ya no queda nada, algo impensable para quien ganó millones pero, claro, gastó sin medida. Arruinó vida y hoy su salud pende de un hilo. Alguna vez lo ve en terrazas de medio pelo con la cabeza recostada en la mesa. Lo echan de los bares.

La mujer descubrió una vida sin sobresaltos. Enterró el pasado minutos antes de que el alcohol que no tomaba la enterrara a ella.